Sábado 10 de oct. de 1998

 








 

 


MENSAJE
Batalla en alta mar

Hermano Pablo,
Costa Mesa, California

F
ue un larga, tenaz y cruenta batalla en alta mar. Duró tres horas. La mitad de las tropas combatientes murió. La otra mitad, por milagro, salvó la vida.

No fue una guerra entres dos fuerza enemigas. Fue una batalla en el mar de Australia entre un joven pescador de 17 años, Ian Talbot, y un enorme pez espada de 150 kilos. En el último estertor de su vida, el pez saltó sobre el bote de Ian y, aunque ya estaba muerto, en el salto su espada quedó clavada en el pecho del joven. Le erró al corazón por apenas dos centímetros.

La vida es toda ella una embarcación. Y tal como las embarcaciones literales, también tiene sus percances.

Nadie, por más adinerado que sea, por más aristocrático, por más sabio, por más bueno, por más justo, se libra de las tormentas que se forman en el mar de esta vida. No será una lucha con algún pez espada como la del joven Ian, pero sí puede ser una lucha con alguna enfermedad incurable, o algún desastre económico, o alguna tragedia familiar, o algún vicio destructor. Todos estamos en constante peligro de sucumbir ante la furia del turbulento mar que quiere hace naufragar el barco que es nuestra existencia.

Nunca hay que dejar a Dios fuera del barco. Ian Talbot, junto con su padre y dos tíos, con quienes navegaba, se dispuso a tener todo un día de pesca en alta mar. Iba a ser un día festivo, de esos en que uno nunca se imagina que va a necesitar a Dios. Pero nadie sabe cuándo puede ocurrir el desastre, y aunque el día parezca festivo, placentero y feliz, es un craso error dejar a Dios afuera.

A Cristo debemos tenerlo como Compañero constante todos los días de nuestra vida. Debemos, en cada instante de nuestra existencia, saber que El está a nuestro lado, no sólo para rescatarnos de algún peligro, sino para amarlo como amigo y nunca alejarnos de El.

El ciertamente puede librarnos de pequeños y grandes percances, pero su amistad y comunión valen mil veces más que un salvavidas. Debemos tenerlo siempre a nuestro lado como Dueño, como Señor, como Consejero y como Amigo. Sometamos nuestra vida al señorío de Cristo. El quiere ser nuestro Compañero, nuestro Señor y nuestro Salvador.

 

 

 

 

CULTURA
  • Transplantan genes.
  • Abusos Físicos.

 

PORTADA | NACIONALES | OPINION | PROVINCIAS | DEPORTES | LATINOAMERICA | COMUNIDAD | REPORTAJES | CRONICA ROJA | EDICIONES ANTERIORES


   Copyright 1996-1998, Derechos Reservados EPASA, Editora Panamá América, S.A.