San Pedro de La Escucha, Colón. Es 1658. La imagen de un Jesús de palo llega a la playa, de paso hacia otro país en Suramérica. Cuando llegó el momento de llevar la figura a mar abierto, para reanudar su travesía, una tempestad lo impidió.
Después de muchos fracasos, los españoles encargados de la gestión, decidieron dejar la imagen en este pueblo, que era lugar de tránsito entre España y sus colonias. Coincidentemente, una epidemia de viruela diezmó a la población que desesperada le pidió un milagro al Jesús de palo.
El milagro se dio, y la viruela desapareció. Corría el día 21 de octubre. De eso ya pasaron cerca de 347 años, pero desde entonces la devoción por el Cristo Negro se mantiene viva. Una procesión es dedicada cada año a la imagen que es considerada milagrosa.
Hay mucho que rescatar en este caso específico de Portobelo, cuyas prácticas son tan criticadas por muchos, debido a lo que podría ser considerado como exagerado y brutal.
Los políticos usan la devoción al Nazareno como una estrategia de campaña.
Los religiosos, para afianzar su influencia en la gente. Y una mayoría acude cada año para cumplir su manda y comunicarse con el hijo de Dios.
Es admirable esa manifestación; tiene gran valor la fe de las personas y su entrega. Los panameños parecen buscar luz para el mundo de sombras en que viven, y usan al Cristo como respuesta.
Eso no debe pasar inadvertido ni juzgado a la ligera. Estaríamos desvalorizando una creencia y la fe ha demostrado ser un factor fundamental para la evolución social; además, y sobre todo, demostraríamos poca confianza en un elemento que de forma inexplicable hace girar el mundo: Dios.