MENSAJE
Ciento ochenta y un mil, doscientas cincuenta
y tres palabras.
- Hermano Pablo
- Costa Mesa, California
Fueron cuatro años
de arduo trabajo. Y fueron muchos frascos de tinta china y muchas plumas
de dibujo. Y fue arte. Arte en todo el sentido de la palabra. Y al final
de los cuatro años, Gwang Hyuk Ree, un europeo que vive en Huntington
Park, California, vio terminada su obra.
Era un cuadro de Cristo extendiendo sus brazos como para bendecir al
mundo. Lo notable del trabajo es la forma en que el pintor hizo resaltar
la imagen de Jesús. El cuadro, que mide tres metros por un metro
con veinte centímetros, está hecho en su totalidad con el
texto completo del Nuevo Testamento.
Ciento ochenta y un mil doscientas cincuenta y tres palabras, hechas
en tonos claros, medios tonos y tonos oscuros, son los matices que hacen
resaltar la imagen de Jesús. De lejos no se distinguen las letras.
Sólo se ve la imagen de Jesucristo. De cerca, se distinguen y se
leen las palabras del texto claramente. La impresión que da es increíble,
y la lección está a flor de tierra.
Cuando una persona estudia detenidamente las palabras del Sagrado Libro,
cuando las absorbe en su mente y en su corazón, cuando éstas
se hacen parte de su vida al grado de identificarse con ellas, se ve en
esa persona la vida, la enseñanza, la persona aún, y la gloria
del hijo de Dios estampada en esa vida. Es como si un pintor hubiera plasmado
la imagen de Cristo en el corazón del hombre con las palabras del
Nuevo Testamento.
El apóstol Pablo, escribiendo a los corintios, hizo referencia
a este tipo de arte en símbolo cuando dijo: "Ustedes mismos
son nuestra cara, escrita en nuestro corazón, conocida y leída
por todos. Es evidente que ustedes son una carta de Cristo, expedida por
nosotros, escrita no con tinta sino con el Espíritu del Dios viviente;
no en tablas de piedra sino en tablas de carne, en los corazones" (2
Corintios 3:2,3).
No es una imagen pintada o esculpida en lienzo o en piedra la que va
a dar a conocer al mundo la verdad del evangelio de Cristo. Es la persona
de Jesucristo estampada en el corazón del hombre, entretejida maravillosamente
con sus sentimientos, la que será leída y escuchada. Dispongamos
nuestro corazón a que sea uno de los tantos que lleva grabada esa
real imagen de Jesús.
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