OPINION

HOJAS SUELTAS
Cuento de miedo

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Por Eduardo Soto
Periodista

Una mañana de abril se aparecieron dos petejotas en la oficina de mi amiga y le dijeron a quemarropa: "Acompáñenos (...) usted fue condenada a seis años de cárcel por haber robado 60 mil dólares de una escuela primaria (...) llame a su casa para avisar que no vuelve más".

Fue entonces cuando se enteró que el verdadero ladrón, su antiguo jefe, en el Ministerio de Educación, la había señalado como responsable por la pérdida del dinero, le hicieron juicio en ausencia, la declararon reo rebelde, y un juez impaciente la condenó a la pena máxima por peculado.

Lo increíble del caso es que ella nunca se enteró que la estaban investigando. Nadie fue a buscarla a la casa donde ha vivido los últimos 20 años. Jamás la llamaron a los teléfonos de siempre, que incluso aparecían en los periódicos en una promoción de su trabajo. Lo que hicieron fue publicar un edicto (ese anuncio en letras microscópicas que ningún panameño en su sano juicio lee), donde le advertían que le quedaban pocos días de libertad, y le nombraron un defensor de oficio que en el último tramo del proceso se partió un pie, y ni se enteró de la sentencia.

Así, mi amiga fue a parar a la cárcel de mujeres, donde la metieron en una celda tan ancha como un ascensor, junto a otras diez reclusas y donde, por ser "carne fresca", la pusieron a dormir en el piso, junto al inodoro que siempre estaba tapado, y con cuyas aguas rancias la bañaron una noche accidentalmente.

Dice ella, que lo peor no fue la pulmonía que casi la mata ni las escenas de sexo bruto entre lesbianas que tenía que soportar. Lo trágico, me cuenta, fueron los ochenta y tres dólares que le dieron a sus padres como liquidación en la oficina donde ella trabajaba, después de cinco años de inútil lealtad. Allí se burlaron de su situación, y procuraron enterar a todos los clientes de que estaba presa por ladrona.

Y no hubo nada más doloroso que desaparecer de pronto, y tener que mentirle a sus pequeños hijos diciéndoles que se había ido a Estados Unidos a estudiar. Hablaba con ellos una vez a la semana, durante los únicos tres minutos que podía comprar con diez centavos que les daban en la prisión.

Sólo unas amigas evangélicas hicieron algo por ella: hablaron con un abogado de su misma religión, quien durante ocho meses (de abril a diciembre) tramitó el difícil caso, y logró que los nueve magistrados de la Corte Suprema revocaran la condena, cuando se dieron cuenta de la metida de pata. �Y lo hizo gratis!.

Salió de la cárcel un 21 de diciembre del año del jubileo, a las cuatro de la tarde, bañada en lágrimas, y con una psicosis que le obliga a cerrar los ojos cada vez que pasa frente al penal, donde la obligaron a pasar los ocho meses más oscuros de su vida. Un beso para ti, porque pudiste volver a empezar, y tienes la nobleza de contar esta historia de miedo con una sonrisa en los labios.

*Esta joven apoya hoy a la pastoral carcelaria católica, dando su testimonio a muchachas que enfrentan problemas con la ley. Su mensaje: "La misericordia de Dios es infinita".

 

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