Ayuda al prójimo

Desde hace 8 años, pero de forma regular desde hace diez meses, Luis Fernando, con el apoyo de unos 15 voluntarios, elabora 150 comidas para repartirles a un grupo de indigentes.
Video: Edwards Santos

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Por: Rocío Martins / Web -

Panamá

“Hacer el bien sin mirar a quién”. Esta es una frase que a veces algunas personas utilizan para expresar una idea en medio de una conversación o reunión, pero para Luis Fernando Norato, un joven santeño de 32 años, esa frase se ha convertido en una razón de vida y el motor que lo impulsa.

Desde hace 8 años, pero de forma regular desde hace diez meses, Luis Fernando, con el apoyo de unos 15 voluntarios, elabora 150 comidas para repartirles a un grupo de indigentes y personas necesitadas que se encuentran en diversos sectores de la ciudad capital.

Cada sábado, él junto a los voluntarios sale a repartir las comidas en Perejil, Curundú, San Miguel, estadio Juan Demóstenes Arosemena, iglesia de Santa Ana, Barrio Chino, avenida México, parque Porras, Hospital del Niño y Hospital Santo Tomás y, aunque pareciera ser poco, él siente que en algo les ayuda a aliviar su situación.

Pero esta cruzada de este santeño, de cocinar para los necesitados, no se inició este año, realmente esta idea le nació hace ocho años, cuando con sus propios recursos empezó a brindarle un plato de comida para un grupo reducido de indigentes y así lo ha seguido haciendo.

Al principio eran 13 comidas, pero poco a poco la cantidad fue aumentando hasta que llegó a 50 platos, y con los años esa cantidad se triplicó hasta alcanzar los 150 que elabora de forma fija.

Cuenta que esta idea de ayudar a indigentes le surgió, luego de vivir durante un año en Irlanda, en Europa y ver cómo se apoya al necesitado, y tras su regreso a Panamá le tocó observar desde el balcón de su apartamento que a su alrededor había gente sin recursos y que necesitaba ayuda.

Aunque no puede hacer mucho sin herramientas, él anhela poder llegar a tener un albergue tipo centro de rehabilitación vocacional y ecoamigable, que utilice paneles solares para producir energía, en el que se recicle el agua, que cuente con las estructuras y programas necesarios para poder enseñarles a los indigentes un oficio que les permita reinsertarse a la sociedad.

A través de los años, Luis Fernando se ha podido darse cuenta de que la mayoría de los indigentes a los que logra llevarles un plato de comida cada sábado tiene un bajo nivel de escolaridad o son analfabetas, por lo que enseñarles a leer y escribir es uno de sus sueños.

Él piensa que con tan solo salvar a uno ya se gana, pues si ese regresa y les da aliento a los demás, les demuestra que nada está perdido, y al entregarles ese plato de comida se abre la puerta para hablarles con autoridad y crear lazos de confianza con ellos.

Él está consciente de que para llevar adelante el proyecto que anhela tener se requiere de un equipo interdisciplinario que trate el problema de la indigencia desde diversos ángulos, pero por ahora se conforma con cocinar esos 150 platos de comida, a pesar de que hacerlo es todo un reto.

Esta labor conlleva un trabajo semanal de más de 16 horas de trabajo.  Para Luis Fernando, esta tarea se inicia cada martes con el planeamiento del menú, el cual una vez está listo lo difunde a través de redes sociales.

La idea es que quienes estén dispuestos a ayudar tengan claro qué alimentos se requieren para tratar de evitar la merma de comida, lo cual es muy difícil de lograr, ya que solo cuenta con una refrigeradora normal de poca capacidad.

La labor continúa en horas de la noche de los días viernes, cuando --por lo general-- y con recurrencia en las últimas semanas, aún hace falta el dinero para comprar las menestras, las 30 libras de arroz y otra cantidad igual de proteínas (pollo, carne de res o puerco).

Una vez ese recurso se consigue, Luis Fernando está listo para salir a las 4:00 a.m. de los sábados para ir al mercado San Felipe Neri a comprar las proteínas.

Regresa a su apartamento a dejar lo que compró y se dirige al Mercado Agrícola Nacional, donde un grupo de vendedores que ya lo conocen le regalan todo lo que son frutas, vegetales y verduras.

Gracias a esas donaciones, el costo del menú, dependiendo de lo que se vaya a cocinar, va desde los $80 hasta 150 dólares, ya que además hay quienes le donan los envases en los que se sirve la comida, los cubiertos y las cajas donde se organizan los platos, una vez están servidos para poder transportarlos a los puntos de reparto.

Ya alrededor de las 8:00 a.m. Luis Fernando, quien cuenta con estudios como chef, empieza a cocinar solo hasta a eso de las 9:00 a.m., cuando llega una voluntaria que lo ayuda a cocinar.

De allí alrededor de la 1:00 p.m. empiezan a llegar los demás voluntarios, quienes ayudan a servir los platos y luego a repartirlos, este es el último paso, y el que menos tiempo lleva si se cuenta con suficiente cantidad de personas, ya que en media hora a 40 minutos ya se han repartido los 150 platos de comida, a pesar de que algunos de los indigentes habitan en los lugares más insólitos, como herbazales, estructuras colapsadas, e incluso alcantarillas.

Su historia

Luis Fernando recuerda que de niño, en una de sus visitas a la ciudad capital, vino con su mamá a comprar los útiles escolares y en un almacén de la Peatonal había una oferta de mochilas en la que por el precio de una le daban al comprador dos; y él en lugar de quedarse con la segunda, decidió regalársela a un vecinito; y ese recuerdo de compartir le quedó en la cabeza y fue creciendo con esa visión.

Este ejemplar joven tiene muchos planes en su vida, además de llegar a tener su centro de rehabilitación, pues en su currículum ya cuenta con una licenciatura en Relaciones Públicas, un curso completo de cocina, aprendió inglés durante el año en que vivió en Irlanda, actualmente se encuentra estudiando Portugués, y en este 2017 espera poder iniciar la carrera de Derecho.

Como mucha gente, proviene de un hogar desintegrado, por lo cual al darse cuenta de que en el lugar donde nació hacían falta muchas cosas, decidió venir a la capital a estudiar, ya que soñaba con trabajar en televisión, cosa que nunca se ha concretado, pero, a pesar de ello, logró convertirse en el joven emprendedor que es hoy día, pese a las necesidades que tuvo que enfrentar para lograrlo.

Cuenta que cuando inició sus estudios universitarios, lo hizo sin almorzar durante todo un año, porque los escasos recursos con los que contaba no le alcanzaban para ello, por lo cual fue estudiante de ayuda social.

En aquellos días vivió en Samaria, en San Miguelito, en casa de un tío, y tras ser víctima de un robo a mano armada le tocó vivir en varios lugares, pasando penurias hasta que se ubicó en el lugar en el que actualmente reside, lo cual también influyó mucho en esa necesidad que siente de ayudar a los desposeídos.

Él está consciente de que las personas de escasos recursos han sido vulneradas por el sistema, no quieren luchar ni estudiar, ya que su mente solo está inmersa en el sitio donde viven y no quieren ir más allá de su entorno, pero él esta dispuesto a seguir apoyándolo hasta donde pueda.

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