La religiosidad popular nos enseña que hace más o menos veinte siglos, tres orientales estudiosos de la astronomía descubrieron un extraño lucero en el firmamento. Su amplia cultura los llevó, entre otras, a las tradiciones semitas y hacia las tierras palestinas, acudiendo al encuentro con el rey que había nacido, y le llevaron regalos. En la llamada iglesia de Oriente (Persia, Asiria y lo que es hoy Turquía e Irak) nació la tradición de la Epifanía, teniendo siempre como centro a Jesús de Nazaret. A diferencia de lo que ocurría en Europa, en Egipto y Arabia para estas fechas le rendían culto al sol, y los fenómenos celestes que tenían que ver con el astro rey. Para contrarrestar estas fiestas paganas, los cristianos orientales iniciaron esta celebración de la Epifanía, en la que se cantaba a la "Luz del Mundo" que era Cristo.
Los cristianos romanos, llamados católicos, doscientos años después que los persas empiezan a celebrar también este curiosos ritual, pero lo relacionan con los tres reyes magos, como una revelación de Jesús al mundo pagano.
Estos reyes, magos o sabios, le traen al Niño oro (porque es rey), incienso (porque es Dios) y mirra, esa substancia en forma de lágrimas de color rojizo como el aceite de oliva, porque es hombre que va a sufrir y necesita bálsamo, al tiempo que �l mismo es bálsamo y perfume para los cristianos.
�Toda esta reflexión para qué? Para que recordemos el centro de la fe de este pueblo panameño, cuyas creencias y valores cristianos de sus abuelos fueron la piedra angular sobre la que se construyó en teoría la nacionalidad.
Hemos olvidado la verdadera Luz, y por eso vivimos en tinieblas, dando palos al aire sin encontrar el objetivo. Caminamos a tientas, errando el camino, cayendo de rodillas a diario, de mal paso en mal paso, como ciegos sin lazarillo ni bastón.