Las estadísticas sobre el récord de asesinatos perpetrados el año pasado en Panamá, pone al descubierto el nivel de violencia y criminalidad existente en el país.
En el 2008 hubo 593 homicidios, es decir cada 14 horas matan a un panameño. Las cifras son alarmantes e indican que el asunto está casi fuera de control. Cada día amanecemos con un ejecutado; ahora hasta se producen asaltos en pandilla en los centros comerciales.
No hay que engañarse, el asunto de la delincuencia se está desbordando. Pongan a quien pongan al frente de los estamentos de seguridad, no se observan resultados.
El problema es complejo y la responsabilidad no es solo de la Fuerza Pública. La principal falla está en la familia.
Los padres y las madres no están desempeñando su papel de vigilar a sus hijos y pretenden que en las escuelas o colegios secundarios van a corregir a un niño o adolescente que no recibe buenos ejemplos en su hogar.
Hay padres alcahuetas que no están pendientes de sus hijos y aceptan de buenas a primera que éstos traigan a la casa artículos y dinero de dudosa procedencia. La familia debe ser el primer vigilante de lo que hacen sus integrantes. Padres maleantes tendrán hijos maleantes. Los chicos aprenden lo que ven y si reciben malos ejemplos, sólo estaremos formando futuros delincuentes.
Las autoridades también deben jugar su papel de prevención. No se puede actuar con la política del bombero de salir apagar todos los fuegos que se producen. Hay que tener acción permanente para mandarle un mensaje claro a los descarriados: o te reformas o estaremos sobre tus espaldas.
También se hace necesario reforzar los programas deportivos y culturales para que la juventud pueda tener opciones y alejarlos as� de las tentaciones del delito.