Estados Unidos ha vuelto a posponer la ratificación del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Panamá y Colombia. Pareciera ser una política norteamericana de presionar a sus países aliados para que hagan toda clase de reformas, pero luego de cumplidas sus peticiones, demoran la adopción de los acuerdos que dieron pie a esas modificaciones.
Desde hace casi siete años se iniciaron las negociaciones; en junio de 2007 los representantes de los gobierno de Panamá y de la Casa Blanca firmaron ese tratado en la sede de la Organización de Estados Americanos (OEA), para eliminar barreras y aranceles para el comercio de productos y servicios entre los dos países.
Sin embargo, el tratado depende de la ratificación del Congreso de Estados Unidos, que siempre tiene una excusa para abordar el tema. Primero fue la elección de Pedro Miguel González como presidente de la Asamblea Nacional, pero luego han surgido toda clase de argumentos para no entrar a la ratificación.
El tratado integra al libre comercio a dos países con un intercambio anual de $2 mil 500 millones, de los cuales $300 millones corresponden a exportaciones panameñas. Por años, el 95% de los productos panameños exportados a Estados Unidos no pagan aranceles de introducción, gracias a varios programas preferenciales. La ventaja es que el TLC convierte en permanentes esos beneficios.
Sin embargo, ahora la administración Obama quiere que el Congreso apruebe el TLC con Corea del Sur antes de julio próximo, y pospone los de Panamá y Colombia, que han sido aliados estratégicos de las administraciones norteamericanas. Resulta incomprensible que la potencia del Norte le pongan tantas trabas a los tratados con ambas naciones.