Sab. 23 de enero de 1999

 








 

 


FAMILIA
La familia puede manejar la drogadicción sin ayuda profesional: ¿sí o no?

Roberto L. DuPont Jr. M.D.

La mejor respuesta es "tal vez". Aunque no podemos establecer el curso concreto que tomarán los problemas de drogadicción en una familia, podemos hacer una observación útil. En las primeras etapas del problema la determinación de la familia por resolverlo es inestable, y duda entre continuar o retroceder. Tanto el usuario como la familia pueden encontrarse deseando, de vez en cuando, que el problema se vaya, se desvanezca como por arte de magia. Aceptan de mala gana, aunque razonablemente, que el problema no se irá hasta que el consumo de droga se termine por completo. En lo personal, dado que en el contexto adecuado la drogadicción puede considerarse como una enfermedad familiar, creo que debe haber un remedio para ella. Y ese remedio es la intervención y el tratamiento. Estoy convencido de que la fuerza energizante y el donador más comprensivo de ese remedio es la familia.

Cuando la familia asume esta labor, la responsabilidad es muy grande. Si se quiere que el tratamiento tenga resultados duraderos, cada miembro de la familia debe, como parte de ella evaluar su vida y estar dispuesto a hacer los ajustes necesarios para que toda la famliia supere ese desorden, Esto requiere cambio. El hecho de que el cambio es doloroso y toma mucho tiempo, ayuda a explicar por que el tratamiento y la recuperación son tan penosos y no tienen un final feliz para todos positivamente. Este es el lado bueno y amable del cambio.

También existe un lado oscuro. Ya sea que nos guste o no, o que tengamos la intención o no, existe. A veces puede frustrar, e incluso nulificar, la acción familiar. Hablamos de la comunicación. En la etapa en que el consumo de droga se ha declarado, la comunicación se habrá deteriorado notablemente. Las pasadas alegrías de la plática familiar se habrán desintegrado o habrán sido reemplazadas por explosiones vituperativas, gritos, amenazas y silencios molestos, todos lo suficientemente destructivos para que toda la familia se vuelva medio loca. Se ha perdido casi por completo la preciosa habilidad y deseo de platicar y trabajar juntos, esencial para que el tratamiento tenga éxito. Así, el posible éxito cae víctima de la comunicación, y las consecuencias se hacen presentes una y otra vez.

Los adictos que tienen familias deseosas, incluso ansiosas, de enfrentar unidas los problemas y tratar de resolverlos de manera positiva y abierta, tienen mayores posibilidades de recuperarse. Si sus familias comunican en su actitud: "Todos estamos bien, tú eres el del problema", fallarán. Rehusarse a cambiar actitudes y conductas puede impedir seriamente la recuperación de toda la familia.

Algunos profesionales de la salud mental se desesperan al tratar de ayudar a estas familias enfermas. Mi concepto es diferente. Para que la prevención y el tratamiento tengan éxito se requiere un esfuerzo positivo para enfocarse en sus puntos fuertes y no en sus debilidades, aunque éstas deben ignorarse. Cuando surjan (y lo hacen) y parezcan imposibles de superar, insto a que la familia busque ayuda exterior como la he descrito: otras familias, la iglesia o un siquiátra. Las barreras para esta ayuda pocas veces son financieras; más bien los enemigos de esta búsqueda productiva son el falso orgullo, la vergüenza y ese viejo espectro: la negación. No importa la resistencia que encuentre la familia, recuerde que a pesar de que el autoentendimiento y la auto-aceptación son muy valiosos, sólo son útiles si llevan a una acción efectiva.

Existe dos prerrequisitos indispensables para el tratamiento: diagnosticar con precisión la dependencia y establecer el compromiso familiar de resolver el problema. Estos son los puntos de partida si la familia está resuelta a la rehabilitación.

 

 

 

 



 

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