Jueves 24 de enero de 2002

 

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  OPINION

EDITORIAL
Una solución: la familia

A la sociedad panameña se le cayó la careta. Hemos quedado al descubierto ante muchos países de la comunidad internacional, donde se comenta que la corrupción es la moneda de curso legal en Panamá, y no sólo a nivel del gobierno, sino en cada uno de los estratos que conforman el engranaje social.

Arreglar el asunto no es fácil. La pregunta que siempre surge es: En un país tan pequeño, donde todos conocemos las debilidades del otro �quién se atreverá a encabezar el movimiento de restauración nacional? Y peor aún, si ese alguien empieza la tarea �dejarán los otros que actúe sin empezar a destruirle en la primera oportunidad?

En una nación que es un pañuelo, con una población tan reducida, es muy difícil que alguien intente la más sencilla labor de reconstrucción sin que otros -quienes se creen superiores moral y profesionalmente- intenten descalificarlo. La actitud descrita puede resumirse con el popular adagio que vivieron en carne propia nuestros abuelos: "pueblo chico, infierno grande".

Por eso es que en Panamá no se cree en los políticos, ni en los gremios médicos ni en los abogados ni en los curas ni en los periodistas ni en los empresarios. Somos un pueblo en el que nadie cree en nadie, y no se permite que algún avezado inicie la gestión para adecentar el país.

A pesar de esta dolorosa situación, el trabajo debe empezarse. Mañana es tarde. Sin entrar a discutir quién es el más apto para dar el primer paso y encabezar el éxodo desde la prisión de la corruptela hacia horizontes de libertad y progreso, podemos decir que una de las tareas debe ser la reconstrucción de la institución más importante en el país: la familia.

Sin familias saludables y robustas, el resto de la sociedad perece. Está demostrado que si no cumplimos esta tarea, nada de lo demás que se pretenda hacer dará resultados. Y en Panamá lo estamos viviendo plenamente. Mucho del problema de corrupción que padecemos, y que amenaza con echar abajo las principales instituciones democráticas del país, se debe a que nuestra mayor institución, la familia, es un desastre.

En la medida en que se diseñe un plan para salvar a las familias del naufragio que viven actualmente, así estaremos levantando un edificio de la democracia libre de comején. Con familias nuevas, daremos al mundo hombres nuevos, libres del fatídico "juega vivo" que tanto daño nos ha hecho.

La clave, pues, está en la rehabilitación de la institución familiar. Pero �cómo hacerlo? Tal vez se pueda lograr con serios planes educativos, que rescaten al individuo del marasmo humanístico en el que se encuentra, porque el sistema educacional actual es muy frío y técnico.

Sí, los resultados se verán dentro de una generación o dos, pero serán más duraderos que cualquier otra salida coyuntural que se implante hoy día, la cual no dará respuesta al cáncer estructural que nos agobia.

PUNTO CRITICO

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