Los panameños estamos por convertirnos en criaturas rígidas, sin capacidad para la tolerancia y el diálogo.
Observamos actitudes tan extrañas que en ocasiones parece que perdemos la brújula, tal como ocurrió con el PRD, que anunció un congreso extraordinario para escoger a su candidato presidencial y, tras dar un patinazo, intenta reparar el error diciendo que era una consulta. Nadie gastará tiempo y dinero en una consulta porque, si sale favorecido, al final terminarían "planchándolo".
Igualmente se discutió una reforma al Código Minero, en un escenario donde jamás se habló de explotación. El objetivo era buscar mayores ingresos al tesoro nacional, pero la atención quedó fijada en un supuesto aprovechamiento de la mina de Cerro Colorado.
El Gobierno, por su parte, no niega que le dará el aumento a los jubilados, pero pareciera no poder convencer a la gente de Eladio Fernández que quieren el incremento de sus pensiones a como de lugar, aunque las autoridades de la Caja de Seguro Social tengan que actuar de manera irresponsable.
Pero ahí no paran las cosas. Durante décadas nos hemos quejado de los "diablos rojos"; sin embargo, existen personas que los prefieren, a pesar de la entrada en funciones del Metrobús, como una respuesta a tantas situaciones que afectaron la conducta cotidiana de los citadinos.
En cuanto al Metro, se gasta más tiempo en decirnos cuáles son los inconvenientes, en vez de hacernos saber lo que este sistema de transporte colectivo representará para el futuro de la ciudad capital para que podamos tener la paciencia debida mientras se construye su infraestructura.
Los panameños somos impacientes e inmaduros, incapaces de aceptar errores, poco participativos, sin conciencia histórica y sin la capacidad para comparar al país con la realidad global. Esto nos puede hacer cometer graves errores capaces de atentar contra lo que hemos logrado.
