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La población panameña vive permanentemente un viacrucis que atenta contra su bolsillo, su tranquilidad y su esperanza.
La paralización del transporte en una zona específica, como es la parte Este de la ciudad, ha llevado a la incomodidad al ciudadano común, a la industria, al comerciante, ante los intereses de un grupo de presión específico.
El panameño vive en una anarquía completa, sin ningún miramiento obstruye, violenta y provoca daños a terceros, sin que el Estado haga valer los intereses de la sociedad y los derechos individuales.
Las democracias se consolidan por la capacidad de atender las necesidades de los pueblos, de custodiar el bien común y, sobre todo, de proteger los derechos individuales.
Dentro de todos los males, el permitirles a concesionarios de un servicio público hacer lo que les da la gana, es tan malo, como el permitir que se institucionalice el desorden.
Si miramos hacia otras latitudes, como el caso de Costa Rica, el transporte no se puede paralizar por ningún motivo y cuando el gremio de esta actividad lo intenta hacer, la ley permite localizar donde estén los autobuses y la fuerza pública los maneje para hacer valer el derecho ciudadano.
El expresidente Alberto Fujimori, también en una situación parecida, le dijo al pueblo peruano que transportara al que quisiera para hacer frente a una paralización de los rodantes. |
