Martes 30 de marzo de 1999

 








 

 


MENSAJE
La medicina en su propio cuerpo

Hermano Pablo

El médico preparó cuidadosamente la vacuna. Mezcló cada ingrediente en su debida proporción y colocó la sustancia en una jeringa hipodérmica. Luego insertó la aguja en una de sus propias venas, y deslizó en el torrente sanguíneo todo el líquido. ¿Qué era lo que hacía ese doctor?

Era una vacuna experimental contra el SIDA, la terrible y mortal enfermedad que aterroriza al mundo entero. La vacuna la había preparado el doctor Daniel Zagury, profesor de Inmunología de la Universidad Pierre y Marie Curie, de París. Él esperaba haber hallado, cuando menos, un principio del remedio contra esta plaga humana.

&laqno;Antes de ofrecer esta vacuna al público -había explicado el médico, hombre de cincuenta y nueve años de edad-, quiero probarla en mi propio cuerpo.» Y eso fue precisamente lo que hizo, en honor a una ciencia autocomprobada.

Lo que hizo el doctor Zagury es un verdadero acto heroico. Se inyectó una vacuna que podía provocarle a él mismo la mortal enfermedad, a fin de comprobar su eficacia en los seres humanos.

Otros hombres de ciencia han hecho lo mismo en la historia de la medicina. El doctor Jonás Salk se inyectó el suero contra la poliomielitis. Werner Frossman, un joven médico alemán, se introdujo a través de una vena un catéter hasta el corazón, cuando nadie había pensado jamás en tal cosa, para saber si era posible curar enfermedades por ese medio.

El doctor Jesse Lazear, norteamericano, se expuso en el año 1900 a la picadura de cientos de mosquitos para ver si ellos transmitían la fiebre amarilla. El experimento le causó a él la muerte. Arturo Conan Doyle, médico y escritor inglés, creador de Sherlock Holmes, se administró a sí mismo una medicina contra la neuralgia, con el propósito de hallar la cura de esa enfermedad.

Grandes gestos son estos, gestos nobles y heroicos, los que han llevado a cabo investigadores y hombres de ciencia dispuestos a probar en su propio cuerpo la eficacia de un medicamento.

Así como muchos desconocen esos experimentos, otro tanto ignora que Jesucristo hizo lo mismo con respecto a la más grande enfermedad, el pecado. La Biblia dice que Él se hizo pecado por nosotros para ofrecernos salud eterna. Su muerte en la cruz no fue muerte de mártir ni fue por sus propios crímenes. Él murió en nuestro lugar para pagar el precio de nuestra redención. Por eso ahora podemos ser salvos. Basta con que le recibamos en el corazón.

 

 

 

 

 

REFLECTOR
"Carrillo"

 

PRIMERA PLANA | PORTADA | NACIONALES | OPINION | PROVINCIAS | DEPORTES | LATINOAMERICA | COMUNIDAD | REPORTAJES | CRONICA ROJA | EDICIONES ANTERIORES


   Copyright 1995-1999, Derechos Reservados EPASA, Editora Panamá América, S.A.