MENSAJE
La medicina en su propio cuerpo
- Hermano Pablo
El médico preparó
cuidadosamente la vacuna. Mezcló cada ingrediente en su debida proporción
y colocó la sustancia en una jeringa hipodérmica. Luego insertó
la aguja en una de sus propias venas, y deslizó en el torrente sanguíneo
todo el líquido. ¿Qué era lo que hacía ese doctor?
Era una vacuna experimental contra el SIDA, la terrible y mortal enfermedad
que aterroriza al mundo entero. La vacuna la había preparado el doctor
Daniel Zagury, profesor de Inmunología de la Universidad Pierre y
Marie Curie, de París. Él esperaba haber hallado, cuando menos,
un principio del remedio contra esta plaga humana.
&laqno;Antes de ofrecer esta vacuna al público -había explicado
el médico, hombre de cincuenta y nueve años de edad-, quiero
probarla en mi propio cuerpo.» Y eso fue precisamente lo que hizo,
en honor a una ciencia autocomprobada.
Lo que hizo el doctor Zagury es un verdadero acto heroico. Se inyectó
una vacuna que podía provocarle a él mismo la mortal enfermedad,
a fin de comprobar su eficacia en los seres humanos.
Otros hombres de ciencia han hecho lo mismo en la historia de la medicina.
El doctor Jonás Salk se inyectó el suero contra la poliomielitis.
Werner Frossman, un joven médico alemán, se introdujo a través
de una vena un catéter hasta el corazón, cuando nadie había
pensado jamás en tal cosa, para saber si era posible curar enfermedades
por ese medio.
El doctor Jesse Lazear, norteamericano, se expuso en el año 1900
a la picadura de cientos de mosquitos para ver si ellos transmitían
la fiebre amarilla. El experimento le causó a él la muerte.
Arturo Conan Doyle, médico y escritor inglés, creador de Sherlock
Holmes, se administró a sí mismo una medicina contra la neuralgia,
con el propósito de hallar la cura de esa enfermedad.
Grandes gestos son estos, gestos nobles y heroicos, los que han llevado
a cabo investigadores y hombres de ciencia dispuestos a probar en su propio
cuerpo la eficacia de un medicamento.
Así como muchos desconocen esos experimentos, otro tanto ignora
que Jesucristo hizo lo mismo con respecto a la más grande enfermedad,
el pecado. La Biblia dice que Él se hizo pecado por nosotros para
ofrecernos salud eterna. Su muerte en la cruz no fue muerte de mártir
ni fue por sus propios crímenes. Él murió en nuestro
lugar para pagar el precio de nuestra redención. Por eso ahora podemos
ser salvos. Basta con que le recibamos en el corazón.
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