No está claro si estamos sufriendo un retroceso social con el cambio de costumbres o padeciendo de un cáncer extremo al nivel de conductas humanas. Como se quiera llamar al problema que experimentamos a lo profundo de la sociedad "moderna", nos caracteriza el salvajismo diario. La violencia es el primer síntoma de la enfermedad.
La rebeldía juvenil ya no es suficiente demostrarla con cabellos largos, atuendos extravagantes y menos un cuarto desordenado. Ahora para estar a la moda, hay que ser "más macho que los machos" e ir a las calles a destrozar desde vidrieras, carros y hasta los centros educativos.
No importa el orden. Lo cierto es que el caos causado por estos comportamientos, sean o no justificados por el alza del arroz, la falta de agua, de caminos o de pan, se utilizan de forma distorsionada para dañar. Se unen al grave dilema de la inseguridad pública. Maleantes disparando sin asco por la ciudad. Mientras unos "están en Bosnia", otros divagan y se van de vacaciones, muy pocos tratan de quemarse el cerebro buscando soluciones.
Aquí mismo tenemos nuestro "calentamiento global". Ríos sucios por indiferencia ciudadana, proyectos amañados sin control de calidad, nadie entiende de dónde surgen porque las reglas del juego no son claras. Sea en el aspecto político o económico. Nadie quiere una "papa caliente" en su plato, pero con qué gusto saborean los beneficios.
La corrupción es el segundo síntoma del problema que nos aqueja. El descaro sin medida y la ausencia de valores desintegra el país como nación. Convertirse en "nuevo rico" o aumentar la herencia familiar sin trabajar mucho, es observado como audacia. Una habilidad fraudulenta que se ejerce en cualquier nivel social. El "juega vivo".
Para ser visto como candidato al salvajismo sólo debe practicar estas normas.
Pero si prefiere ser considerado como anticuado en este mundo salvaje, solamente sea un buen ciudadano y verá cómo se multiplican sus enemigos.
