Sábado 19 de abril de 2003

 

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  OPINION

EDITORIAL
El perdón

Para quienes se limitan en consultar el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, no se sorprenderán que el significado de perdonar es librar a alguien de una obligación o castigo, pero para aquéllos que elevan la consulta a las escrituras bíblicas, sabrán que el perdón es una acción de amor del propio Dios.

Cada año, cuando en los pueblos cristianos del mundo conmemoran la Semana Santa, los mensajes del evangelio ocupan espacios importantes en los medios de comunicación sobre el perdón y el verdadero significado de la muerte de Jesús en la cruz.

La acción y efecto de perdonar es el resultado de una comunicación personal entre Dios y un hombre arrepentido. Por eso el día de Pentecostés Pedro proclamó y dijo: "Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hechos 2.38).

Pablo dio el mismo mensaje. Después de mostrar en la Escritura que Jesús es el Cristo, el apóstol concluyó: "Sabed, pues, esto, varones hermanos: que por medio de él se os anuncia perdón de pecados" (Hechos 13:38).

Cada vez que se celebra la Cena del Señor, se celebra el perdón de pecados. Cristo tomó la copa y dijo: "Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados" (Mat. 26:27,28). El perdón de pecados es la enseñanza central de los evangelios. Al hombre que bajaron por el hueco de un techo, Cristo le dijo: "Hijo, tus pecados te son perdonados" (Marcos 2:5).

Aquí las palabras 'salvado' y 'perdonado' se usan como sinónimas. Pero 'salvación' no es la única palabra vinculada con el perdón. En Efesios Pablo hace equivalentes a la redención con el perdón: "En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia" (Efesios 1:7).

Los pecados se perdonan mediante la fe solamente, en el nombre de Jesús, por amor a él, por lo que él ha hecho y sufrido. Y todos los que creen y son salvos y tienen la vida eterna. Por lo tanto, el que es perdonado es salvo y tiene la vida eterna. Nadie puede leer con sinceridad las palabras de Jesús o los apóstoles y negar que esta gran verdad es el punto central de toda enseñanza evangélica. Esto es lo que revivió a la Iglesia con inmenso poder en el siglo dieciséis.

Los hermanos panameños, ahora que se toman de las manos en las iglesias para dar la paz, deben salir libres de toda condenación y pedir en la esquina más íntima de sus casas perdón, pues es Dios, a través de su hijo Jesucristo, quien lo da a los hombres.

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