La Cumbre de Las Américas, que concluyó ayer en Trinidad y Tobago, ha dejado una estela de esperanza y motivación en el ámbito diplomático regional. Como nunca antes, los líderes del Hemisferio Occidental se han puesto de acuerdo para solicitar el final del bloqueo económico contra Cuba y tender la mano para un diálogo directo con Estados Unidos.
Con estilo y personalidad, el presidente norteamericano Barack Obama ha dado un giro de 180 grados a la tensa relación de Washington con América Latina. Y la Cumbre trinitaria ha servido para un cambio de enfoques.
A sabiendas que el tema de la exclusión de Cuba del sistema interamericano en 1962 sería el punto clave de las pláticas en Puerto España, Obama tendió puentes a los más acérrimos defensores del régimen castrista en La Habana, como lo son Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela.
La Cumbre de Las Américas ha sido histórica; prueba de ello han sido los breves encuentros "cara a cara" entre Barack Obama y Hugo Chávez, el presidente de Venezuela. El mandatario norteamericano estrechó primero la mano con el dirigente bolivariano, mientras que en la reunión del grupo UNASUR, Chávez le regaló a Obama el libro "Las venas abiertas de América Latina", del escritor uruguayo Eduardo Galeano.
A diferencia de su predecesor George W. Bush, el presidente Obama no impuso la clásica doctrina hegemónica de Washington hacia sus vecinos latinoamericanos.
El paso elegante de lidiar con los gobiernos izquierdistas de América Latina y sortear el tema de Cuba, son signos de una política exterior norteamericana más pragmática, más realista. El actual líder norteamericano tiene la habilidad de hablar, sin tapujos, con sus adversarios. Escucha y aprende de los errores del pasado.
La Casa Blanca sin duda busca una nueva relación con América Latina, que debe ser algo más que apretones de manos, fotografías y sonrisas.