El Partido Revolucionario Democrático (PRD) está inmerso en una crisis. El gobernante colectivo pronto pasará a las filas de la oposición, pero la aplastante derrota que recibió lo mantiene maltrecho.
En toda democracia se necesita una oposición que desempeñe su papel fiscalizador, para evitar los abusos y las tentaciones propios del poder. Se hace necesario que el PRD supere sus dificultades internas y ejerza ahora su papel opositor.
Si bien es cierto que los resultados de los comicios del 3 de mayo pasado fueron la peor derrota del PRD, que no le permitió alcanzar en las urnas ni siquiera la cifra registrada de adherentes, sus dirigentes deben empinarse y entrar en una renovación.
Habrá muchas explicaciones y justificaciones sobre el desastre perredista. Unos a otros se echan la culpa, pero ya nada se puede cambiar. La cierto es que el PRD fue derrotado en las urnas y ahora tiene que vivir con esa amarga realidad.
Debe haber madurez para enfrentar la actual dirección. Unos piden las cabezas de la cúpula del PRD y otros insisten en retener las posiciones que ostentan. Al fin y al cabo todos son perdedores por acción u omisión. Como reza el dicho: después de conocerse el resultado de un juego de pelota, cualquiera puede ser director.
La suerte del PRD deben definirla sus dirigentes y sus bases. Todas las facciones deben entrar en un análisis desapasionado de lo sucedido y luego adoptar las decisiones más convenientes, que en todo caso debe pasar por profundizar la democratización interna del PRD.
Con un gobierno que ganó con una ventaja tan aplastante como el de Ricardo Martinelli, se requiere que exista una oposición constructiva y vigilante; todavía falta mucho tiempo para las elecciones del 2014.