Martes 18 de mayo de 1999

 








 

 


MENSAJE
"Dame un nuevo rostro, señor"

Hermano Pablo,
Costa Mesa, California

La chiquilla se miró en el espejo. Tenía diez años de edad. Se había estado mirando en el espejo desde que tenía tres años. A pesar de ser tan pequeña, cada vez que se miraba ella sabía que su reflexión en el espejo no iba a ser nada agradable. Le faltaba la mitad del rostro, incluyendo un ojo; los dientes le salían de la boca y apuntaban al costado; y una oreja era más grande que la otra.

Cuando se miró esta vez, a los diez años de edad, Michelle Willis, de Sunderland, Inglaterra, hizo una oración: "Señor, soy demasiado fea para que alguien me quiera. ¡Dame, por favor, Señor, un rostro nuevo!".

Ocho años después, cuando cumplía dieciocho años, con un nuevo rostro recompuesto con la cirugía plástica y con la paz de Dios en el corazón, Michelle se casó. El nuevo rostro le había dado nueva vida.

¡Cuántas veces al cambiar el aspecto físico de una persona, cambia también su carácter! A pesar de haber nacido con alguna anomalía en el rostro o en el cuerpo, cuando ésta se corrige, la persona comienza una nueva existencia. Incluso, todo su destino toma un rumbo sano y brillante.

Lo mismo pasa con el medio ambiente social en que uno nace, vive y crece. Si es pobre, triste, infértil, plagado de malezas y de miserias, así será el carácter y el ánimo de sus habitantes. Si bien pueden crecer lirios en el fango, difícilmente crecen ángeles en medio de la miseria.

Michelle le pidió a Dios un nuevo rostro, y Dios se lo concedió empleando las manos y el arte de cirujanos expertos. Con el nuevo rostro vino un nuevo espíritu, una nueva disposición mental, una nueva esperanza.

Lo que más necesita el ser humano es un nuevo corazón. Puede que tengamos un rostro agraciado. Quizá tengamos un cuerpo físico que no deja qué desear. Pero si nuestra alma está deformada, si nuestro espíritu está en miseria, si nuestra conciencia está llena de culpa, no podemos sentirnos bien.

Quien puede hacer esa obra en nosotros es Jesucristo. El quiere darnos nuevas esperanzas, nuevos vislumbres, nuevas expectativas, nueva vida. Al pedírselo humildemente, El nos dará un nuevo corazón. Con este nuevo corazón viene también una nueva comprensión de quién somos.

Si creemos en el Señor Jesucristo con toda el alma y lo coronamos Rey de nuestra vida, entregándonos de lleno a su voluntad, El nos dará una nueva razón de ser. El quiere ser, en el sentido óptimo de la palabra, nuestro Salvador.

 

 

 


 

REFLECTOR
Una verdadera racataca

 

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