MENSAJE
"Dame un nuevo rostro, señor"
- Hermano Pablo,
- Costa Mesa, California
La chiquilla se miró
en el espejo. Tenía diez años de edad. Se había estado
mirando en el espejo desde que tenía tres años. A pesar de
ser tan pequeña, cada vez que se miraba ella sabía que su
reflexión en el espejo no iba a ser nada agradable. Le faltaba la
mitad del rostro, incluyendo un ojo; los dientes le salían de la
boca y apuntaban al costado; y una oreja era más grande que la otra.
Cuando se miró esta vez, a los diez años de edad, Michelle
Willis, de Sunderland, Inglaterra, hizo una oración: "Señor,
soy demasiado fea para que alguien me quiera. ¡Dame, por favor, Señor,
un rostro nuevo!".
Ocho años después, cuando cumplía dieciocho años,
con un nuevo rostro recompuesto con la cirugía plástica y
con la paz de Dios en el corazón, Michelle se casó. El nuevo
rostro le había dado nueva vida.
¡Cuántas veces al cambiar el aspecto físico de una
persona, cambia también su carácter! A pesar de haber nacido
con alguna anomalía en el rostro o en el cuerpo, cuando ésta
se corrige, la persona comienza una nueva existencia. Incluso, todo su destino
toma un rumbo sano y brillante.
Lo mismo pasa con el medio ambiente social en que uno nace, vive y crece.
Si es pobre, triste, infértil, plagado de malezas y de miserias,
así será el carácter y el ánimo de sus habitantes.
Si bien pueden crecer lirios en el fango, difícilmente crecen ángeles
en medio de la miseria.
Michelle le pidió a Dios un nuevo rostro, y Dios se lo concedió
empleando las manos y el arte de cirujanos expertos. Con el nuevo rostro
vino un nuevo espíritu, una nueva disposición mental, una
nueva esperanza.
Lo que más necesita el ser humano es un nuevo corazón.
Puede que tengamos un rostro agraciado. Quizá tengamos un cuerpo
físico que no deja qué desear. Pero si nuestra alma está
deformada, si nuestro espíritu está en miseria, si nuestra
conciencia está llena de culpa, no podemos sentirnos bien.
Quien puede hacer esa obra en nosotros es Jesucristo. El quiere darnos
nuevas esperanzas, nuevos vislumbres, nuevas expectativas, nueva vida. Al
pedírselo humildemente, El nos dará un nuevo corazón.
Con este nuevo corazón viene también una nueva comprensión
de quién somos.
Si creemos en el Señor Jesucristo con toda el alma y lo coronamos
Rey de nuestra vida, entregándonos de lleno a su voluntad, El nos
dará una nueva razón de ser. El quiere ser, en el sentido
óptimo de la palabra, nuestro Salvador.
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