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 Martes 15 de junio de 1999


Radiografía de un cuarto de urgencias

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Maritza Reyes
Crítica en Línea

Eran las 10:00 p.m. En el Cuarto de Urgencias del Hospital Santo Tomás unas 10 personas esperaban impacientes a sus familiares en la entrada del portón principal. A un costado de los cubículos de atención médica cuatro policías trataban de calmar la histeria de un ciudadano que insistía en usar el teléfono para llamar a su abogado; mientras otro oficial enumeraba a los baleados que reportaban los paramédicos. Los médicos caminaban con el estetoscopio al hombro de un lugar a otro.

Transcurrieron 3 horas. Otra ambulancia condujo a un herido en el muslo y tobillo. Éste en particular fue atendido a los pocos minutos cuando un pariente hábilmente logró la asistencia. Antes tuvo que costearle una gaseosa a un miembro del personal médico, igualmente sacar bajo la manta B/. 20.00.

En el pasillo del estrecho cuarto de urgencias una mujer en silla de ruedas se retorcía de dolor en las piernas. La sala de espera estaba repleta; por lo menos 25 personas miraban atentos una serie de televisión. Por las posiciones que asumían por minutos era fácil adivinar que tenían muchas horas de estar frente al monitor.

Otro grupo de convalecientes inhalaba oxígeno de un aparato. Un auxiliar asistía esporádicamente a los enfermos en las camillas cubiertas sólo con papel manila. Unos tres médicos hablaban afanosamente, mientras en el pasillo esperaban asistencia. En ese momento una joven de unos 16 años se acercó a uno de ellos y le preguntó que cuándo atendían a su madre; éste ni se inmutó.

El joven herido en el muslo y tobillo se desangraba recostado al borde de uno de los cubículos. Un familiar le rogaba a uno de los galenos, que caminaba apresuradamente, que atendiera a su hermano.

Este se detuvo y le contestó que hiciera el intento de encontrar al médico que le sustrajo las balas, continuó su marcha y se sentó en una de las sillas del registro médico. Ante la negativa trató en vano de encontrar una gasa para detener la hemorragia. En el extremo de la pared otro médico con la mirada distraída punzaba la mesa con una pluma. La mujer aún permanecía en la silla de ruedas.

A la salida del Cuarto de Urgencia, en un espacio reducido un letrero identifica la autoridad de la Fuerza Pública. Allí todavía el ciudadano insistía en usar el teléfono lanzando improperios y retando a los policías a que demostraran su valentía en la comunidad de La Miel en la frontera con Colombia. Se abalanzó contra uno de los agentes que se mofaba de su condición. Lo esposaron pero éste se zafó.

Al poco tiempo el ciudadano comprendió que estaba en desventaja. Retiró la denuncia que lo mantuvo por tres horas detenido -a pesar de haber sido el agredido- y sin recibir los primeros auxilios en la quijada dislocada por la golpiza que le propinaron siete sujetos en su barrio.

Eran las 4:00 de la madrugada del sábado 12 de junio cuando retorné a mi residencia, aún se mantenían los familiares de los enfermos a la salida del portón del Cuarto de Urgencias del Santo Tomás, recostado en una placa de reconocimiento que reza. " A los funcionarios de la salud que brindaron su asistencia continua el 20 de diciembre de 1989". Que ironía.

El 27 de diciembre de 1996 a las 2:00 PM en este mismo Cuarto de Urgencias, la joven Marisel Reyna ingresó con un cuadro crítico de anemia falciforme. Fue auxiliada a las 11:00 p.m, pese a que llegó en horas de la tarde. Allí permaneció hasta el día siguiente.

La sorpresa para los familiares fue dolorosa cuando vieron la cama donde la dejaron la noche anterior vacía. Posteriormente una de las enfermeras les informó que Marisel estaba en la morgue. Murió la misma noche del 27 de diciembre. El informe médico no fue claro. Lo único que se sabe es que tenía cuatro de hemoglobina y no le fue suministrada la transfusión de sangre.

Los familiares atribuyen la muerte de Marisel a la negligencia del cuerpo médico y la falta de materiales y equipos que responda a las necesidades de los enfermos. Marisel dejó en la orfandad a dos niños de cuatro y cinco años.

Los hechos son reales. Una periodista tuvo la oportunidad por un encuentro fortuito de tomar una radiografía clara al Cuarto Urgencias del Hospital Santo Tomás, que debe hacer cumplir el juramento hipocrático del cuerpo médico y dotar al mismo de los implementos de asistencia médica para responder eficientemente a la población panameña. El pueblo espera que el Patronato mejore el servicio médico.

 

 

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Otro grupo de convalecientes inhalaba oxígeno de un aparato. Un auxiliar asistía esporádicamente a los enfermos en las camillas cubiertas sólo con papel manila. Unos tres médicos hablaban afanosamente, mientras en el pasillo esperaban asistencia. En ese momento una joven de unos 16 años se acercó a uno de ellos y le preguntó que cuándo atendían a su madre; éste ni se inmutó.

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