MENSAJE
Vivir
en jaulas
Hermano Pablo,
Costa Mesa, California
El hombre
miró el lugar que le ofrecían. Era un pequeño
cuadrado que estaba separado de otros espacios similares, por
divisiones de alambres. Era una especie de jaula, y daba lugar
sólo para dormir.
"Es sólo por esta noche -le dijeron-. . Si quieres,
mañana te buscas otro alojamiento".
Así que Ho Ming Chao, de sesenta años de edad,
desempleado y sin hogar, se quedó allí. Pero lo
que iba a ser refugio de una sola noche duró para Ho Ming
Chao, así como para setenta y tres personas más,
quince años.
"Tenemos apenas lugar para dormir -razonó Ho Ming-,
pero por lo menos es nuestro".
Hong Kong es una isla de setecientos kilómetros cuadrados
donde viven más de cinco millones de personas.
Ya no hay espacio para nadie más.
Miles de hombres y mujeres que han perdido todo en la vida,
y carecen de hogar, van a parar a refugios precarios como el
de Ho Ming Chao.
Allí se arreglan como pueden, en espacios de un metro
por dos, casi del tamaño de una tumba. No viven más
que con lo que tienen puesto, y cuando uno de ellos muere, hay
diez esperando su lugar.
Estas son las contradicciones de la civilización moderna.
Dios hizo los campos. El hombre inventó las ciudades.
Y si bien las ciudades son a veces centros de ciencia, educación,
religión y arte, también son lugares donde el ser
humano, por la proliferación del vicio, el delito, la
enfermedad y la ruina moral, ha perdido su dignidad y, peor aún,
su razón para vivir.
Existen también en las grandes ciudades otras jaulas,
que aunque no encierran a la víctima en un cuadrado físico,
sí la enclaustran de todos modos.
¿Cuáles son esas jaulas? Por una parte, son
los vicios; por otra, las pasiones: los vicios del licor, la
droga y la lujuria, y las pasiones del odio, el rencor, el despecho
y la envidia.
Estos vicios y pasiones son también estrechos recintos
que se asemejan a cárceles.
Se puede vivir en una inmensa mansión de veinte dormitorios
y al mismo tiempo estar confinado a una jaula de temor, de culpa,
de depresión.
Sólo Jesucristo ofrece un refugio amplio y perfecto.
Sólo Él, al librar nuestra alma de temores, prejuicios
e injusticias, puede sacarnos de las jaulas estrechas del mal.
Cristo ofrece libertad total, y ofrece además vida
abundante.
Abandonemos todo lo que nos oprime, y arrojémonos de
corazón a los brazos de nuestro Señor. Él
desea ser nuestro refugio.
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