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Jueves 1 de julio de 1999


EDITORIAL
La reversión de Sherman

El escalonamiento de reversión de las áreas que integraron la extinta zona canalera se cumplió plenamente en la vertiente colonense del territorio patrio, con la entrega, ayer, de las instalaciones de Fuerte Sherman, y sus dependencias militarizadas, entre ellas el polígono de tiro de Piña, donde entrenaron durante ocho décadas, soldados norteamericanos.

La región agreste de Sherman, enclavada en el derrotero del río Chagres, constituye valiosa reserva forestal de bosque húmedo tropical, y al decir del conocido Informe Hawayatta, resulta insustituible, solamente equiparable con las selváticas lejanías de Filipinas, por corresponder al concepto estratégico de "agua chocolate"; denominación militar que describe las calidades ambientales de tales terrenos.

El calendario revertidor avanza; cada amanecer se reduce una jornada en el tiempo que nos separa de la fecha del mediodía del 31 de diciembre de 1999, cuando terminará la colonial presencia norteamericana en Panamá, superando los parámetros de jurisdicción, cuasi soberanos, que por ochenta y seis años manejó el enclave zoneíta, cuyas resultas perfilaron un país en precario, con soberanía condicionada, atado al derrotero de los intereses norteños, funcionando para atenazar el dogal de la unción contractual opresora que permitió excavar la zanja intermares.

La reversión de ayer, con la parafernalia y protocolo de relumbre que en marciales desfiles, sonoros discursos e hizamienetos de bandera, entregó Sherman a Panamá, enfrenta delicadísimo problema que debe atenderse con serenidad, tacto y prontitud, cual es la existencia de más de tres mil seiscientas hectáreas de tierras utilizadas para el entrenamiento militar, donde centenares de municiones permanecen sin detonar, algunas ocultas y enterradas, así como restos de contaminantes detonados; anormalidad ambiental que deben sanear los norteamericanos al tenor de las normas contractuales de los pactos Torrijos-Carter, y las previsiones de los acuerdos internacionales sobre descontaminación de explosivos, de los que ambos países, Panamá y Estados Unidos, son suscriptores.

Las experiencias en El Salvador, Nicaragua y Guatemala, son referencias ciertas para reclamar el saneamiento total de tales parajes, cuya vocación de uso, al tenor de la legislación panameña, radica en el turismo ecológico y las actividades agrícolas, las que se verían disminuidas, en peligro, de no lograrse las limpiezas con métodos y técnicas modernos.

Ojalá las autoridades nacionales, las que concluyen y las que inician en septiembre, adelantan con firmeza y claridad estas realidades que deben asentar las renovadas relaciones bilaterales con el país del Norte.

 

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