MENSAJE
Salvados por Fuego
Hermano Pablo
Costa Mesa, Califonia
Don Juan era un anciano de
setenta y cuatro años que participó cuando joven en la guerra
del Paraguay. El gobierno lo encargó de un trabajo de medición
poco tiempo después de la campaña del general Roca contra
los indios. Como el trabajo era peligroso, uno de lo jefes expedicionarios
le envió quince soldados aptos para medir la tierra y para defenderse
del enemigo.
Los veinte que componían el convoy de carreteras y animales trabajaban
de día. Para dormir más tranquilos, de noche hacían
campamento rodeados por las carretas unidas con lazos. Se suponía
que al centinela lo mantendría despierto el peligro de un ataque
sorpresivo.
Una noche los indios les cayeron en número crecido, pero en lugar
de atropellarlos, se contentaron con incendiar el pajonal. No demoraron
las llamas en alumbrar aquel sitio. Los soldados temblaban de miedo. ¡Estaban
a punto de morir asados!
De pronto don Juan recordó la laguna donde el día anterior
les habían dado a beber a los animales. Dio la voz, y sus hombres
se echaron a correr. Impulsados por el calor que les picoteaba el cuerpo,
llegaron en tropel al agua luminosa y se tiraron de cabeza. Al ver llegar
las llamaradas, se sumergieron para evitar quemarse la cara. Pero pronto
se dieron cuenta de que las llamaradas se demorarían en su paso por
la laguna, y que la única defensa que les quedaba era zambullirse
una y otra vez, conteniendo el aliento hasta sentirse reventar o hasta sentir
que el fuego se alejaba.
Al amanecer salieron del agua, colorados como flamencos y sin embargo
tiritando de frío. Con todo, no podían dejar de reírse
al pensar que el fuego encendido para su muerte los había salvado
al ahuyentar a los indios.
¡Por algo será que a este cuento el popular autor argentino
Ricardo Guiraldes le pone por título "Puchero de soldao"!
1 Aunque no sea tan evidente, también nosotros los casados tenemos
a un enemigo que nos amenaza con fuego. Ese enemigo es Satanás, y
el fuego es del de las malas pasiones, que conducen al adulterio. No dejemos
que el fuego consuma nuestro matrimonio; más bien, pidámosle
a Dios que nos ayude a apagar las llamaradas de las malas pasiones 2 con
el agua protectora de ese ser amado a quien le juramos lealtad para toda
la vida. Así, al igual que don Juan y sus hombres, veremos la frustración
de los planes del enemigo. Porque ese fuego que ha encendido para matar
nuestro matrimonio no nos consumirá, sino que nos salvará,
pues hará que nos acerquemos a nuestro cónyuge y con eso alejará
de nosotros a Satanás, el enemigo de nuestra felicidad conyugal.
1 Ricardo Guirales, Cuentos de muerte y de sangre (Buenos Aires: Editorial
Losada, 1978), pp. 31-33. 2 Ro 7:5-6; Col 1:21, 2T 2:22
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CULTURA |
Victorio, en la cúspide de su carrera. |
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