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Martes 27 de julio de 1999


MENSAJE
El gran derrotado de la guerra

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Hermano Pablo
Cr�tica en L�nea

Guillermo Palmer permaneci� cinco a�os y medio como prisionero de guerra en Vietnam. Al finalizar ese largo y penoso conflicto, Guillermo fue uno de los primeros prisioneros liberados. Con una alegr�a imposible de describir, se dispuso a regresar a su casa en el estado de Pennsylvania.

Mientras viajaba, iba haciendo risue�os y rosados planes. En su linda casa propia lo esperaba su bella y joven esposa. �l la hab�a dejado de dieciocho a�os cuando lo hab�an llamado a las filas. Ahora ten�a veintitr�s, y estaba m�s bella que nunca. Tambi�n lo esperaban -calculaba �l- unos cien mil d�lares, que eran sus salarios acumulados de cinco a�os como capit�n del ej�rcito.

Pero al llegar sufri� la m�s cruel desilusi�n. �Su esposa hab�a cobrado todos sus salarios, y se los hab�a gastado! Hab�a vendido su hermosa casa propia, y ahora otra familia la ocupaba. Para colmo de males, su mujer viv�a con otro hombre, que lo hab�a reemplazado como marido.

Todos los sue�os de Guillermo Palmer se vinieron abajo de golpe. A pesar de todo, tom� las cosas como ven�an y puso al mal tiempo buena cara. Lo primero que hizo fue encaminarse al tribunal para solicitar el divorcio de su esposa. Fueron realmente conmovedoras sus palabras ante el juez. Declar�: �Yo soy el gran derrotado de esta guerra.�

Muchos sucesos como �ste ocurren en la vida diaria. Los sue�os que forjamos, las ilusiones que nos hacemos, los planes optimistas y felices que trazamos con la esperanza de que todo saldr� bien y llegaremos a ser felices y dichosos, suelen desplomarse y desmenuzarse en un momento.

La vida es tan insegura, es tan incierto el destino de los mortales, hay tantas asechanzas ocultas en cada recodo del camino y tantas emboscadas de la mala suerte en cada d�a, que muchas veces tenemos que decir con tristeza: �Yo soy el gran derrotado de esta guerra que es la vida.�

No obstante, con Cristo podemos ser vencedores, y m�s que vencedores. Esto no quiere decir que Cristo nos protege de todo mal. Lo que significa es que cuando vivimos con Cristo en nuestro coraz�n, la vida cambia totalmente de aspecto, y vencemos cualquier calamidad. Abramos, pues, el coraz�n, para que entre el gran Vencedor del destino y de la muerte.

 

 

 

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