Evangelio Dominical
La verdadera humildad no se opone al legítimo deseo de progreso personal en la vida social, de gozar del necesario prestigio profesional, de recibir el honor y la honra que a cada persona le son debidos; pero quien es humilde no gusta de exhibirse. En el puesto que ocupa sabe que no está para lucir y ser considerado, sino para cumplir una misión de cara a Dios y en servicio de los demás.
La humildad es tan necesaria que Jesús aprovecha cualquier circunstancia para ponerlo de relieve. Nada tiene que ver esta virtud con la timidez, la pusilanimidad o la mediocridad. La humildad nos lleva a tener plena conciencia de los talentos que el Señor nos ha dado para hacerlos rendir con corazón recto; nos impide el desorden de jactarnos de ellos y de presumir de nosotros mismos; nos lleva a la sabia moderación y a dirigir hacia Dios los deseos de gloria que se esconden en todo corazón humano.
MEDIOS PARA VIVIR LA HUMILDAD
Para crecer en la virtud de la humildad es necesario que, junto al reconocimiento de nuestra nada, sepamos mirar y admirar los dones que el Señor nos regala, los talentos de los que espera el fruto. También hemos de saber aceptar las humillaciones externas, pidiendo al Señor que nos unan a �l y que nos enseñe a considerarlas como un don divino para reparar, purificarse y llenarse de más amor al Señor, sin que nos dejen abatidos, acudiendo al Sagrario si alguna vez nos duelen un poco más.
Medio seguro para crecer en esta virtud es la sinceridad plena con nosotros mismos; sinceridad con el Señor, que nos llevará a pedir perdón muchas veces y sinceridad en la confesión.
Aprender a rectificar es también camino seguro de humildad. Además rectificar cuando nos hemos equivocado no es sólo cuestión de humildad, sino de elemental honradez.