MENSAJE
"El reino de los cielos es de quienes
son como ellos"
Hermano Pablo
Costa Mesa, California
El día estaba brillante
y hermoso, verdadero día tropical. Las montañas verdinegras
lucían su incomparable belleza. El camino serpenteante entre cerros
y selvas invitaba a caminar. Y por ese camino, y entre esas montañas,
y debajo de ese cielo, corría un ómnibus escolar lleno de
niños.
Era en el oriente de Honduras, el país centroamericano más
ondulado y montañoso. Una maestra Dorotea Hutch, norteamericana de
50 años de edad, conducía el ómnibus.
Algo pasó al intentar cruzar el río Choluteca. El ómnibus
cayó al río, y la maestra Hutch, más 25 niños,
perecieron. Viendo tanto niño muerto, personas piadosas, recordando
las palabras de Jesucristo en la Biblia, se consolaron con una sola frase:
"El reino de los cielos es de quienes son como ellos."
Cuando ocurren tragedias como ésta, en que mueren muchos niños
inocentes, la primera reacción que sentimos es el honor, la confusión.
Nos parece una tremenda injusticia, la cual Dios debía haber evitado.
Estamos dispuestos a aceptar la muerte de ancianos decrépitos, o
de criminales muy perversos. Pero la muerte de un niño nos parece
siempre algo injusto.
Y hay razón en esto. Los niños son la esperanza del futuro.
Padres y madres, maestros y gobernantes, poetas y pensadores, sociólogos
y religiosos, todos concuerdan: los niños son la esperanza del mañana.
Pero los niños crecen. De niños se hacen adolescentes;
jóvenes; de jóvenes, adultos; de adultos, viejos, y lo que
era la esperanza del mañana se convierte tristemente en la desesperación
de hoy.
Jesús vio a los niños de un modo diferente. No vio precisamente
que son "la esperanza del mañana" sino que "el reino
de los cielos es de quienes son como ellos". Y dijo bien, porque la
esperanza del mañana es incierta, mientras que el reino de los cielos
es algo cierto, tangible, palpable, concreto.
Jesús no vio una esperanza problemática del mañana,
sino un algo actual, cierto, evidente, sólido. Y nos dio a entender
que el reino de los cielos es de los niños, como también de
los adultos que se vuelven como niños.
Así que el reino de los cielos le pertence al niño, al
joven, al hombre, que le da su corazón a Cristo y le rinde su voluntad.
Hagamos de Cristo nuestro Señor y nuestro Salvador hoy mismo.
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