FAMILIA
Una gira por la avenida de los "filetes" de cocaína
James A. Inciardi
Uno sólo necesita
visitar unos pocos de los muchos bares frente a la costa o en las calles
traseras de Iquitos. Pintorescos aventureros y otros personajes aparentemente
salidos de películas Clase B se pueden escuchar de inmediato haciendo
tratos en pasta en coca.
Unos pocos cientos de kilómetros río abajo por el Amazonas
está Leticia, en Colombia, una ciudad de quizás 15.000 habitantes.
Lanchas con motor fuera de borda de gran poder, tales como Magnums, Cigarettes,
Excaliburs, Scarab Sports y otras lanchas de carrera de alto desempeño
del tipo de las que pueden verse en "División Miami", llenan
las bellas marinas que se extienden por la costa del río. También
son bastante comunes las filas de hidroaviones amarrados incongruentemente
en medio de la decadencia barrosa que es característica de casi toda
ciudad costeña de la selva. Partes de Leticia son bastante fascinantes,
especialmente los bulliciosos mercados callejeros locales, caracterizados
por puestos donde se venden gigantescos filetes de piracucu del tamaño
de tapas de tachos de basura, buitres sentados en postes de alumbrado después
de una fuerte lluvia, extendiendo sus amplias alas para que se les sequen
y, por cierto, los muchos mercaderes de coca y de pasta de coca. De hecho,
parecería que Leticia existe sólo para el contrabando. Los
miles de pequeños afluentes que la rodean hacen imposible controlar
el tráfico de barcos e hidroaviones. Más aún, ubicada
justo al oeste de Brasil y al este de la frontera peruana. Leticia es un
paraíso ideal para cualquiera que intente pasar productos de un país
al otro. El tráfico de paso no sólo es de productos de coca
sino de arte robado y joyas, armas, dinero falso de diversos países,
animales raros (vivos y desollados) e inclusive la notoria tsanta de los
jíbaros.
Menos de seis kilómetros al sudeste de Leticia está el
puerto de Tabatinga, Brasil, un lugar que los escritores de las guías
turísticas de América del Sur parecen dejar fuera de sus libros.
El nombre usado por los aborígenes, que quiere decir "barro
rojo", describe acertadamente esta ciudad-guarnición de unos
30.000 habitantes al bordel del río Solimeos. Atravesada por sucios
caminos, Tabatinga está constantemente bajo una nube de polvo por
los muchos taxis, camiones y vagones que representan su precario transporte
colectivo. El enigma de Tabatinga es que si bien no hay industria, y la
agricultura es de subsistencia, la economía no obstante es floreciente.
No es de sorprender, sin embargo, que gran parte de su actividad esté
asociada con el tráfico de drogas que se origina en Leticia. Un gran
número de barcos fluviales de Tabatinga, tanto de pasajeros cuanto
de pesca, transportan pasta de coca y cocaína a otras partes del
Brasil.
De Santa Cruz, Tingo María, Iquitos, Leticia, Tabatinga y otros
puestos, la pasta de coca avanza a través de Perú, Ecuador
y Brasil hasta Colombia. Los destinos principales en Colombia, donde se
refina la pasta para convertirla en cocaína, incluyen las zonas que
rodean las ciudades de Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla
y Cartagena. Allí se trata la pasta con kerosene, se la lava en alcohol,
se la filtra y se la seca, se la disuelve en ácido sulfúrico
y luego se la procesa con permanganato de potasio e hidróxido de
amonio, para filtrársela y secársela una vez más. Lo
que queda es un alcaloide de cocaína relativamente puro, conocido
como cocaína de base. Si bien la base puede fumarse, no se la puede
inhalar a través de las membranas mucosas de la nariz.
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