Sábado 31 de oct. de 1998

 








 

 


FAMILIA
Una gira por la avenida de los "filetes" de cocaína

James A. Inciardi

Uno sólo necesita visitar unos pocos de los muchos bares frente a la costa o en las calles traseras de Iquitos. Pintorescos aventureros y otros personajes aparentemente salidos de películas Clase B se pueden escuchar de inmediato haciendo tratos en pasta en coca.

Unos pocos cientos de kilómetros río abajo por el Amazonas está Leticia, en Colombia, una ciudad de quizás 15.000 habitantes. Lanchas con motor fuera de borda de gran poder, tales como Magnums, Cigarettes, Excaliburs, Scarab Sports y otras lanchas de carrera de alto desempeño del tipo de las que pueden verse en "División Miami", llenan las bellas marinas que se extienden por la costa del río. También son bastante comunes las filas de hidroaviones amarrados incongruentemente en medio de la decadencia barrosa que es característica de casi toda ciudad costeña de la selva. Partes de Leticia son bastante fascinantes, especialmente los bulliciosos mercados callejeros locales, caracterizados por puestos donde se venden gigantescos filetes de piracucu del tamaño de tapas de tachos de basura, buitres sentados en postes de alumbrado después de una fuerte lluvia, extendiendo sus amplias alas para que se les sequen y, por cierto, los muchos mercaderes de coca y de pasta de coca. De hecho, parecería que Leticia existe sólo para el contrabando. Los miles de pequeños afluentes que la rodean hacen imposible controlar el tráfico de barcos e hidroaviones. Más aún, ubicada justo al oeste de Brasil y al este de la frontera peruana. Leticia es un paraíso ideal para cualquiera que intente pasar productos de un país al otro. El tráfico de paso no sólo es de productos de coca sino de arte robado y joyas, armas, dinero falso de diversos países, animales raros (vivos y desollados) e inclusive la notoria tsanta de los jíbaros.

Menos de seis kilómetros al sudeste de Leticia está el puerto de Tabatinga, Brasil, un lugar que los escritores de las guías turísticas de América del Sur parecen dejar fuera de sus libros. El nombre usado por los aborígenes, que quiere decir "barro rojo", describe acertadamente esta ciudad-guarnición de unos 30.000 habitantes al bordel del río Solimeos. Atravesada por sucios caminos, Tabatinga está constantemente bajo una nube de polvo por los muchos taxis, camiones y vagones que representan su precario transporte colectivo. El enigma de Tabatinga es que si bien no hay industria, y la agricultura es de subsistencia, la economía no obstante es floreciente. No es de sorprender, sin embargo, que gran parte de su actividad esté asociada con el tráfico de drogas que se origina en Leticia. Un gran número de barcos fluviales de Tabatinga, tanto de pasajeros cuanto de pesca, transportan pasta de coca y cocaína a otras partes del Brasil.

De Santa Cruz, Tingo María, Iquitos, Leticia, Tabatinga y otros puestos, la pasta de coca avanza a través de Perú, Ecuador y Brasil hasta Colombia. Los destinos principales en Colombia, donde se refina la pasta para convertirla en cocaína, incluyen las zonas que rodean las ciudades de Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla y Cartagena. Allí se trata la pasta con kerosene, se la lava en alcohol, se la filtra y se la seca, se la disuelve en ácido sulfúrico y luego se la procesa con permanganato de potasio e hidróxido de amonio, para filtrársela y secársela una vez más. Lo que queda es un alcaloide de cocaína relativamente puro, conocido como cocaína de base. Si bien la base puede fumarse, no se la puede inhalar a través de las membranas mucosas de la nariz.

 

 

 


 

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