Un principio de buenos modales es que uno no llega a donde no lo invitan. Sin embargo, en Panamá meterse de "colado" en una fiesta, matrimonio, quinceaños, reunión o cena ha llegado a ser hasta motivo de orgullo; una especie de demostración de nuestra experticia en el antiguo arte del "juega vivo".
Si uno pone atención en una fiesta, es fácil identificar al paracaidista. Este llega y saluda a todo el mundo, besa a las abuelas y a los niños, les da fuertes apretones de manos a los anfitriones, e inmediatamente se instala estratégicamente a un lado del bar.
Después que ha repartido saludos entre los diferentes grupos de invitados, la gente se comienza a preguntar quién era él, y nadie puede dar una respuesta satisfactoria.
Hay otros que ni siquiera se molestan en la parte de los saludos. Esos van directo a la mesa del licor, las boquitas y los snacks.
Cuando apenas va transcurrida la mitad de la fiesta, el hombre está totalmente borracho y vociferando incoherencias tras incoherencia.
Al final, termina volteando su mesa, vomitando en la alfombra y gritando que la fiesta no sirve. Tremendo espectáculo.
Lo anterior fue un caso extremo (aunque frecuente) de lo que todos hemos visto por lo menos alguna vez en una fiesta privada.
Sin embargo, muchos de nosotros en conversaciones hemos tenido anécdotas de llegar sin invitación en un evento y pasarla mejor que quienes estaban invitados.
Eso puede estar bien un par de veces cuando éramos adolescentes y llegábamos a fiestas de la barriada. Pero un profesional hecho y derecho no tiene por qué andar de "perrón", metiéndose donde nadie lo ha llamado.
Hay que tener dignidad, ya que al final todo el mundo se da cuenta de lo que hemos hecho.