NUSTRA TIERRA

CUENTO
El ejemplar �tío Papo�

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Ovidio Díaz Espino
Nuestra Tierra

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Domisio Espino �tío Papo�.

Domisio Espino �tío Papo�, nació el 16 de marzo de 1916 en un humilde hogar en Pedasí, un pueblo pequeño en la furiosa costa del Pacífico panameño. Hijo de una niña de pueblo de tan sólo 16 años de edad, apodada la �Santa de Quito� por su belleza, y de un juez y hombre de letras de una familia distinguida de Las Tablas. El mundo atravesaba por la Primera Guerra Mundial y la Revolución Mexicana que azotaba con pobreza y dolor a las naciones.

Pedasí, en la Primera Guerra Mundial estaba distante. Mi tío se crió entre niños, cuyo único futuro y aspiración era ser pescador o pequeños agricultores, pero aún así, él tenía hambre por conocer el mundo externo. Las crecientes rabiosas de los ríos Pedasí, Mariabé, Purio y Pocrí, dejaban al pueblo incomunicado del resto del mundo por nueve meses al año. Cuando el viento del norte soplaba para llevarse las nubes en el mes de enero, los ríos apenas permitían que las carretas y caballos cruzaran cargando en sus espaldas a los extranjeros que traían consigo novedades de un mundo distante y extraño. Tío Papo los recibía con la curiosidad e intriga de alguien que sabía que algún día, él iba a ser el profeta que llegaba con las historias de lo que ocurre al otro lado del más allá.

Un día, sin esperar el verano, se montó en el caballo del cartero que venía una vez por semana, y salió por las calles polvorientas, atravesó lomas y ríos crecidos, llegó a Las Tablas donde tomó la única chiva que atravesaba el Istmo, cruzó el Canal acabado de estrenar, y se bajó a la otra orilla con sólo unos balboas y mucha ambición de ingresar al Instituto Nacional. Panamá era una ciudad desconocida, hostil para un niño de pueblo, y un título del Instituto era una meta casi imposible de alcanzar, pues en aquella época era la institución académica más importante del país, ya que no había universidad. �l fue el primero entre nosotros que se atrevió y que logró graduarse.

Tuvo la oportunidad de quedarse en el mundo moderno, pero decidió regresar con el título bajo los brazos, al mismo pueblo de casas de lodo y calles polvorientas para ser maestro.

Fue un maestro de escuela singular, de aquellos que todos añoran, porque ya no los hay, de aquellos que se pasaban sus tardes visitando a los padres de familia, preocupados no sólo porque sus hijos se aprendieran la última lección, sino por el desarrollo intelectual, emocional y más que nada, ético, de los niños. El se encargaba de cultivar en ellos la semilla que él mismo plantaba de la ambición, superación, orgullo, sacrificio, amor al aprendizaje y al estudio. Pero el destino quería llevárselo del pueblo otra vez. Cuando la Segunda Guerra explotó, a pesar de la desgracia y del velo de oscuridad que calló sobre el resto del mundo, Pedasí fue inundado por los jeep y el caqui de los gringos que venían no sólo a proteger la nación, sino también a construir casas de zinc y de bloques, bases militares alrededor del pueblo, a traer hielo, y a contar historias de lugares remotamente imaginables. Mi tío les dio la bienvenida, y aprendió de ellos sus trucos. Después que terminó la Guerra, invitado por la tía Colly que se había casado con un americano, mi tío se montó en un avión de Pan Am y por tres días atravesó los aires, hasta llegar a Los Angeles. Allí aprendió a hablar inglés, aprendió tecnología y aprendió de todo.

Tuvo la oportunidad nuevamente de quedarse en ese mundo moderno que tanta curiosidad le causaba. Pero no lo hizo. Un buen día, tomó su maleta, empacó sus pantalones nuevos y sus zapatos de cuero, y emprendió el retorno final al mismo pueblo de calles polvorientas y casas de barro que lo habían visto nacer, para así dedicar el resto de sus días a enseñar lo que había aprendido al otro lado de la imaginación, al otro lado del más allá.

A lo largo de mi niñez, mi tío fue el único en Pedasí que hablaba inglés, y todos acudíamos a donde él para que nos leyera las instrucciones de la televisión nueva, o para que nos tradujera las cartas de los cursos por correo que nos llegaban de afuera. �l se convirtió en un puente entre el mundo moderno y el Pedasí de ayer.

Qué ironía, que una persona con una mente inmutable terminara sus últimos días sin acordarse de quién era, atacado por la enfermedad del olvido que tanto afecta a nuestros viejos.

Pero hay otra cualidad que es aún más sorprendente. A pesar de todos los ataques que sufrió la Iglesia por sus imperfecciones a lo largo de los años, tío Papo se mantuvo fiel a la fe de su madre en todo momento, no por el hábito a las ceremonias y costumbres de la iglesia de Pedro, sino por su caridad. En mi familia decíamos que a nadie le gustaba los entierros, tanto como a mi tío, el estaría feliz aquí con nosotros. Cada vez que alguien pobre del pueblo se moría, él salía en medio de la noche a tocarle las puertas de todas las casas para recoger los reales que eran necesarios para comprar el ataúd, el café y el pan para el velorio, y así enterrar al difunto con dignidad.

Y esto precisamente era lo más sorprendente y admirable de mi tío: que él estaba convencido que toda persona, por más pobre que sea en este mundo, es hijo de Dios, creado en su imagen, y digno del trono de los cielos.

Es muy difícil aceptar que el destino nos quite a una persona tan ejemplar. El que da recibe; el que no busca, encuentra; el que nace muere; y el que muere nace a la vida eterna.

Tío Papo: Espero que goce de su propio entierro, y cuando su viaje lo lleve al reino de los cielos, al más allá, no se olvide de rezar por nosotros.

 

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