|
Todas las medidas mundiales para globalizarnos parecen más bien una cruzada contra el sector agropecuario y la familia campesina.
Cada día el agricultor tiene menos poder adquisitivo, menos alternativas de mercados internacionales, precios desventajosos, precios altos en los insumos agrícolas.
Después de la Revolución Industrial podría decirse que no heredamos mucho de ese cambio tecnológico, la agroindustrialización es exigua en nuestros países y nos sonrojamos como países productores de materias primas, cuando ante nuestras propias narices se nos vende café con leche en forma instantánea por una empresa extranjera que nos vende los mejores chocolates del mundo, con la salvedad de que en su país, esta empresa no tiene ni una mata de café ni un arbusto de cacao.
El panorama se pone peor; países que no poseen ni una planta de caña de azúcar, nos exporta confites con sabor a melón, piña, sandía, café cafeinado o descafeinado y muchos otros sabores tropicales, incluido el mango.
Existiendo sólo una cosecha, la cosecha anual de café se vende ocho veces en el mercado mundial, la de granos básicos también se vende cuatro o cinco veces anualmente, el trigo se vende seis veces. De cada producto agrícola industrializado, los países desarrollados han consolidado un esquema de ganancia dividido así, un 33 por ciento es el valor de la materia prima, otro 33 por ciento el valor del empaque y el restante 34 por ciento el valor de la publicidad.
Estos nos hace pensar, dónde está el negocio de la agricultura, si no podemos entrar en este negocio en donde llevamos trescientos años entrenando para no poder hacerlo, por lo menos hagamos un mercado interno de consumo doméstico, en donde los agricultores y agroindustriales en su nivel de competitividad puedan vender sus materias primas y productos, obteniendo sus dinero en el acto de venta y no vendiendo a crédito para que le paguen a 30, 60, 90 ó 180 días después. |
