Domingo 8 de nov. de 1998

 








 

 

 


MENSAJE
Esclavo por gratitud

Hermano Pablo
Costa Mesa, California

Sucedió en los días cuando en América se hacía la compraventa de esclavos africanos. Uno de esos esclavos, alto y musculoso, en cuyo rostro se leía la nobleza de carácter, despertó el interés de un caballero inglés. Este deseaba comprar al esclavo, y con ese fin de encontraba arreglando el precio con su dueño.

-Si usted me compra- le dijo el esclavo al inglés-, yo nunca le voy a servir.

El inglés miró al joven un buen rato, pero no respondió nada. Entró a la oficina del comerciante; pagó el precio por el esclavo y salió con un documento en la mano.

-Lee esto -le dijo el inglés al atlético e inteligente esclavo.

El joven leyó el documento y no podía creer lo que leía. Allí estaba legalizada su libertad. En aquel documento constaba que el precio total de su libertad había sido pagado y que él ahora era dueño de sí mismo y podía hacer de su vida lo que quisiera.

- Dijiste que si yo te compraba, no me servirías -le dijo el inglés-. Me gusta tu dignidad. Por eso he pagado el precio total de tu libertad, para que de aquí en adelante seas un hombre libre y digno.

Al joven le rodaron las lágrimas y, deponiendo toda actitud agresiva y con voz tierna y humilde dijo:

- Señor, no sólo seré su servidor, sino que si llega a ser necesario, daré la vida por usted.

Esto es muy semejante al sentimiento del alma pecadora hacia su gran libertador, Jesucristo. Todos estamos esclavizados por alguna mala tendencia de nuestro ser: la pasión, el vicio, las debilidades, la rebeldía, el orgullo, los medios. Esas inclinaciones nos esclavizan con cadenas a veces más fuertes que las de una esclavitud física. Pero Cristo vino y pagó por completo el precio de nuestra redención. El derramó en la cruz su sangre preciosa, con la cual compró la libertad para toda la humanidad. Los que aceptamos y recibimos esa emancipación estamos libres de toda cadena. Podemos ir adonde querramos, vivir como gustemos y emprender la obra que deseemos.

La verdadera vida cristiana consiste en la entrega absoluta de nuestro ser al que nos redimió eternamente. Así como el esclavo africano, nosotros también podemos decirle a Cristo el Redentor: "Señor, por amor a ti, y en gratitud por la libertad que me diste, yo voy a servirte, voy a amarte, voy a obedecerte, voy a seguirte para siempre". Sólo así seremos cristianos verdaderos.

 

 

 

 


 

PUESTA EN ESCENA
Compañía Nacional de Teatro

 

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