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'Yeyesadas'

Carlos Acevedo | Colaborador

La actitud de sectores de la vida nacional que rehúyen rendirle tributo a la Patria en el mes de noviembre, cuando se recuerdan los acontecimientos que fueron moldeando la República en nuestro devenir histórico pasado, ponen en evidencia el deterioro del amor al terruño que acoge en su seno a algunos panameños natos en suelo ístmico y a extranjeros que encontraron en este pequeño territorio abrigo seguro después que abandonaron sus lugares de origen en busca de mejores oportunidades de vida.

Muchos factores inciden en esta indiferencia a la Patria, y el más notable es que tales celebraciones se hayan convertido, con el pasar de los años, en una fecha dedicada al jolgorio desenfrenado, a la parranda abierta y a la ostentación del lujo a cualquier costo, mentalidad que ha ido permeando la presente generación que a veces, ni siquiera conoce el verdadero contenido y los sacrificios de las luchas libradas por los próceres independentistas.

El cumplimiento de asistir a los desfiles patrios por parte de las delegaciones de los colegios debe incluir a los centros de estudio particulares y privados por igual, sin excepciones; o de lo contrario, el Ministerio de Educación se estará avocando a una práctica de favoritismo que irá desluciendo el esplendor que han tenido estas festividades a lo largo de la historia republicana.

No se trata de obligar a todos los estudiantes a asistir al desfile, sino de que, cada colegio envíe su delegación portando el estandarte de su alma máter.

No hay justificación para que, mientras las mayorías populares se agolpan desde temprano a lo largo y ancho de las avenidas, ansiosas de ver las delegaciones y las bandas de música, haya quienes, evadiendo una responsabilidad escolar, prefieran llevarse sus hijos a la playa o viajar al extranjero, privándolos de participar en un acto patriótico y de civismo, que contribuye a la forja de valores humanos y que hasta hoy ha sido una tradición arraigada en los panameños.

A tiempo estamos de enmendar el error y detener el proceso distorsionador de nuestra identidad cultural, ya de por sí devaluada por los efectos de intereses foráneos.




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