En algún momento de nuestras vidas todos quedaremos en una posición en la que tendremos que negociar. Ya sea regateando el precio de una prenda de vestir en un almacén, o acordando un aumento de salario en una mesa con tu empleador, en algún momento tenemos que entablar una negociación.
Es un principio básico de cualquiera negociación -sobre todo aquellas que tienen que ver con dinero- que una de las dos partes proponga una cifra "X" que es la cantidad que más le conviene (el mejor escenario posible), y que en el "tira y jala" con la parte contraria, lleguen a una cifra intermedia.
Cuando las cosas se hacen de esta manera, los resultados por lo general satisfacen a ambas partes. Pero si nos ponemos en un plan demasiado intransigente, podemos echar la negociación al piso. Aun más cuando partimos de una cifra demasiado exagerada.
En la historia reciente de este país, vimos cómo un gremio de trabajadores de este país -uno que ejerce un trabajo muy importante para nuestra sociedad, integrado por profesionales muy sacrificados- extendió durante varias semanas una huelga, para que al final quedaran aceptando la cifra que originalmente la parte gubernamental les había ofrecido.
Al final de cuentas, quienes más salieron perjudicados no fueron ni ese gremio ni el gobierno nacional, sino miles de niños y jóvenes de nuestro país.
Hoy día, está ocurriendo algo similar con otro gremio de profesionales respetables. Y como aquella vez, lo que está en juego no es tanto remuneraciones en metálico, sino la salud de los panameños; las mismas familias humildes que resultaron afectadas por la huelga del año 2006.
En esta vida, hay que saber cuándo hay que ser flexible y cuándo doblarse. Sin embargo, se requiere de algunos estrellones para descubrir el mejor momento para cada uno. Esperemos que en este caso, el costo de la intransigencia no supere los dólares que hayan podido obtener de más.