MENSAJE
"Te amo, Tina"
- Hermano Pablo
- Costa Mesa, California
Era el último acto
de un corazón confundido que había sufrido el desengaño
y la soledad, el último paso que tomaba Terencio Huerta, joven de
19 años, que había sido engañado por la muchacha de
sus sueños. Una noche, caminando juntos, él, ya sin esperanza,
le dijo: ¡Te amo, Tina!. Era una de esas frases casi triviales entre
adolescentes, pero ésta tenía otros matices.
No bien la había pronunciado, Terencio sacó de su bolsillo
un pequeño revólver, calibre 22, lo acercó a su sien
y apretó al gatillo. Hubo un estampido, un poco d ehumo, y un quejido
ahogado de Terencio. Pero Terencio ho se desplomó, sino que el plomo
se medio atascó en el cañón del arma y, aunque salió
lo suficiente como para rozar el cráceo de su blanco, no entró.
El joven sólo sufrío una contusión.
Dije que este era el último paso para Terencio. A pesar de lo
joven que era, ya había sufrido más que un adulto. Había
sido abandonado por sus padres. La calle era su hogar. Sus maestros eran
delincuentes empedernidos.
Su vida entera había sido la de un prófugo permanente.
La droga lo había llevado al crimen, y había conocido repetidas
veces las rejas de una cárcel. Cuando la amiga en quien él
confiaba también lo defraudó, no pensó más que
en el suicidio.
Así como Terencio, hay muchas otras personas que han perdido todo
deseo de vivir. Cuando no se sienten necesitadas, cuando toda esperanza
de amistad, de utilidad, de paz, se ha esfumado, cuando nadie demuestra
interés en ellas, ¿para qué seguir viviendo?
Yo me he preguntado si Jesucristo no sintió alguna vez el dolor
del desprecio. Por momentos todos lo abandonaban. Pocos reconocieron la
magnitud de su misión. Cuando sanaba a algún enfermo, las
multitudes lo seguían, pero cuando se vio rodeado de soldados en
el huerto del Getesmaní, todos lo abandonaron, hasta sus propios
discípulos.
Con todo, ese Cristo, que sabía lo que era la soledad, murió
por nosotros, resucitó y vive ahora en majestad divina. Y puede y
quiere ser nuestro amigo. Su amistad neutraliza la necesidad del suicidio,
y su compasión devuelve las esperanzas perdidas. No rechacemos su
amor. El sólo espera escuchar nuestra voz. Digásmole: "¡Señor,
te necesito!" Rindámosle hoy nuestra vida.
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CULTURA |
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