En algunos países, los ciudadanos pagan gustosamente sus impuestos. Existe una "cultura tributaria" que impulsa a todos los miembros de la comunidad a cumplir puntual y responsablemente sus compromisos con el Estado.
En estos países, los impuestos permiten ofrecer a la ciudadanía óptimos servicios de educación, salud, transporte, seguridad y recreación; eficaces incentivos a sectores económicos sensibles; y eficientes sistemas de administración de justicia, resolución de conflictos y rehabilitación de antisociales.
El régimen tributario hace posible, además, que individuos y grupos menos favorecidos tengan acceso a oportunidades fuera de su alcance.
En otras naciones�algunas de ellas en nuestro hemisferio�el público se resiste al pago de impuestos, porque es testigo de cómo se utilizan para propósitos que nada tienen que ver con el bien común. En esos países, los impuestos sirven para costear altos salarios de funcionarios ineficientes (o inexistentes) y numerosas prebendas que no tienen razón de ser en un Estado democrático.
En esos Estados, se considera bobos a quienes pagan impuestos. El que puede, "zafa", como dicen en el Cono Sur.
La semana pasada, el Gobierno logró la aprobación de una polémica reforma tributaria. Le corresponde ahora demostrar que sabe y puede administrar adecuadamente el erario, castigar a quienes aprovechan los cargos públicos en beneficio propio y garantizar adecuados niveles de inversión pública sostenible y democrática, especialmente en sectores sociales.
Esa es la expectativa del pueblo para 2003 y si se la frustran, pasará la factura el año siguiente. |