Mis mejores recuerdos del Canal
gringo
Julio César Caicedo Mendieta
Crítica en Línea
La historia del panameño
con el norteamericano, comenzó en firme desde hace 150 años,
de cuando el Ferrocarril. Y a cada uno de los istmeños les ha quedado
uno que otro recuerdo y muy pocos beneficios tangibles. Hablando en plata
blanca como lo hacen en el Trinidad, creo que salí ganando con esta
relación, a pesar que nunca trabajé en la zona, no tuve ninguna
novia gringa ni siquiera en los tiempos en que las chivas se cruzaban a
Ferry para venir con las cargas de Capita ni muchos años después
cuando quise mejorar mi inglés en la YMC. Y es que los gringos en
su convivencia con nosotros fueron extremadamente celosos con sus hembras.
Si usted le da una ojeada al balance que yo tengo, se va a dar cuenta que
ellos sí se dieron gusto con las nuestras y que a pesar del balance
desfavorable, mantuvieron a sus rubias fuera del alcance de nosotros. La
propaganda que le dieron a la novela Gamboa Road Gand, fue tan grande, que
las gringuillas cuando venían a Panamá, se ponían pantalón
doble y donde veían a un panameño tomaban sus precauciones.
Los sueldos altísimo que se ganaban en el Canal ayudaron en
muchos a nuestra economía. Pero uno de los recuerdos más nostálgicos
que perdurará por mucho tiempo será el del contrabando.
Esa sí que será una reminiscencia que vendrá a
nuestros pensamientos como un refresco exquisito.
Ese contrabando que vivimos durante el canal gringo, será una
evocación sana que disfrutaremos por siempre, en algún rincón
del cofre de nuestra historia. Aquellos jamones para la navidad, las latas
de manteca, los quesos redondos que cuando uno los metía entre las
tortillas se derretían formando costras comestibles en las cazuelas
de barro, quién podrá olvidar las primeras cervezas en la
lata que llegaron a nuestro país, ¡malas!.. pero como eran
de contrabando sabían a vírgenes sin bañar.
No hablemos aquí de las peleas que tuvimos y que vamos a tener
con ellos, pues más han reñido los perros y gatos y todavía
están vivas las pulgas. Conversemos de los buenos recuerdos, sobre
las comidas que se servían en estos restaurantes elegantes instalados
en nuestras dos costas. Cuando comencé a usar corbata y a vender
equipos fabricados en los Estados Unidos, se me despertó la curiosidad
por la buena comida y ante cada llegada de un representante yankee, antes
de revisar las cuotas de ventas, los reportes de la competencia y demás
perugolladas que ahora llaman marketing, les hablaba de los fastuosos restaurantes
de las once bases militares, de los cuales me sabían todas las especialidades,
por ejemplo: el T-Bone Steak que comí centenares de veces y que tenía
que bajar con chicha de guanábana, llevaba a los propios visitantes
gringos de ese entonces, al Nirvana gastronómicos que jamás
habían experimentado siquiera en la incansable New Orleans. Y que
decir de la cara que ponían mis protegidos cuando se comían
una pizza de peperone and cheese en la base de Coco Solo, uno de ellos llegó
a decirme con lágrimas en los ojos, que ni en el Little Italy de
Nueva York se había comido una pizza tan sabrosa. Ahora bien, jamás
se me ocurrió darle el crédito a los kunas, esperando que
algún día se les reconozcan sus méritos culinarios,
porque sin ellos el canal no hubiese funcionado.
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Los sueldos altísimo que se ganaban en el Canal ayudaron en muchos
a nuestra economía. Pero uno de los recuerdos más nostálgicos
que perdurará por mucho tiempo será el del contrabando. |
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