martes 17 de febrero de 2009

 

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  VIDA NUEVA


AGUILUCHOS DEL '59
Celebran sus Bodas de Oro..

Arístides Royo | Colaborador

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"Los institutores somos legión y no digo ex institutores porque la condición de palomas que hace tiempo volamos, de cariátides de bronce de nuestra Nación, la conservamos mientras vivamos", afirma.

Para Agustín, Caito, Chicho, Chombín, Dicky, Ramsés y en recuerdo de Manuel José Calvo (q.e.p.d.).

El 17 de febrero de 1959, al atardecer, quinientos treinta y un estudiante se aprestaban a recibir su título de bachilleres en el Instituto Nacional. Debajo del palito de mango, de los almendros que rodean el viejo gimnasio, revoloteábamos por el patio en espera del inicio del acto. Tanto los varones como las chicas, vestíamos de impecable vestido blanco hechos de una tela, sharskin, que debe haberse dejado de producir hace tiempo, como las plumas Esterbrook.

La ceremonia de graduación iba a resultar sencilla, aunque larga debido al crecido número de graduandos. Sabíamos que no vendría el ministro de Educación, porque desde entonces como hasta ahora, los institutores habíamos salido a la calle varias veces en el año lectivo que comenzó en mayo de 1958. Vino sin embargo algún director, me imagino que de secundaria, de dicho ministerio.

La mayoría de los varones que nos graduamos esa noche habíamos cursado los seis años del bachillerato en el "Nido de �guilas". El primer ciclo era solamente para el sexo masculino mientras que los estudiantes del sexo femenino solían venir del Liceo de Señoritas (hoy Colegio Remón Cantera) y de algunas escuelas del interior que carecían de segundo ciclo.

Los tres primeros puestos correspondieron a tres varones. El primero lo ocupó César Augusto Arosemena, quien luego se hizo ingeniero; el segundo Luis Maestre y el tercero Luis Tenorio que estudió medicina. Con Arosemena había compartido el segundo año de estudios y desde entonces descollaba como persona inteligente y despierta. Su discurso fue muy bien hilvanado, con críticas al Gobierno y esperanzas en el porvenir, el de la Nación y el de nosotros.

Yo era el presidente de la Sociedad de Graduandos. Como fue año de dolor y luto por la muerte del estudiante Araúz, los heridos en las otras manifestaciones, las huelgas en secundaria y en la Universidad (solo existía una) nosotros no tuvimos tiempo, voluntad, ni ánimo para comprar sortija, para editar el Anuario Esfinge ni tampoco para organizar baile de graduación.

Nuestro último curso se vio salpicado de situaciones conflictivas. La Asociación Federada del Instituto Nacional (AFIN) que dirigía Carlos Núñez, hoy periodista, declaró huelga indefinida, motivó la salida de los estudiantes en manifestaciones hasta la Presidencia de la República. Cuando se produjeron muertos y heridos, entró en acción la Universidad cuyo líder, Cantillo, convocó un paro hasta que casi un mes después se concertó el famoso Pacto de la Colina, cuyos objetivos principales nunca se cumplieron.

A mí me tocó viajar al Darién, con el propósito de sumar al Primer Ciclo de La Palma. Me llevaron arrestado a El Real en casa de una maestra, Obdulia Contreras, que conocía a mi madre y me brindó la hospitalidad de su hogar. Al día siguiente, volé de regreso a Panamá, no sin antes efectuar un recorrido en piragua por el río, lo que me produjo una terrible insolación. Sitiado en la Universidad, se me caía la piel por tiras. Nuestro jefe de vigilancia era Rolando Anguizola, luego abogado y el otro compañero un estudiante de Derecho de apellido Terreno de quien nunca más volvía a saber. Terminado todo, recuerdo un viaje a Lídice, donde algunos universitarios nos entrenaron en el uso de un rifle. No hay que olvidar que en ese año de 1958 se estaba dando en Cuba la lucha armada contra Batista, hecho que inspiró algunos levantamientos como el de Cerro Tute, que costó la vida a Blanco, así como manipulaciones de explosivos que acabaron con la vida de Poliodoro Pinzón.

La ceremonia de graduación terminó como a las nueve de la noche y de allí fuimos a nuestra casa donde mi tía Naty, que era de Capira pero que por su cocina podría haber nacido en Nápoles, preparó a mano, uno por uno, excelentes raviolis. Aparte de mi familia, vinieron los amigos más allegados que eran además, compañeros de estudios. Luego nos fuimos al Rancho y ocupamos un par de mesas llenas de alegría y satisfacción. Todos los que formábamos parte de ese grupo fuimos a centros de estudios superiores, algunos a los Estados Unidos, otros a México, en el caso mío a España y el resto se inscribió en la Universidad de Panamá. Esa noche estaba en la barra de caoba del bar del Rancho, el presidente Ernesto de la Guardia, en compañía de su secretario Mario Cal. El presidente nos envió dos botellas de whisky, que por dignidad no aceptamos. Con mucha cortesía la oferta fue rechazada. Todavía hoy no ha sido debidamente reivindicada su figura. Era gran humanista, un hombre bueno atildado escritor y con grandes dotes cívicos y morales. Me atrevería a decir que tuvo la mala fortuna de que le estallara en las manos un conflicto estudiantil que escapó de su control. Años más tarde lo invitaron a un acto en la Universidad y los estudiantes se negaron a permitir su entrada. Algún día se escribirá una biografía que si sea objetiva y le haga justicia.

El 19 de febrero, dos días después de la graduación, el Club Los Inseparables, cuya alma era Octavio Carrasquilla, hoy periodista, emprendió un viaje organizado con meses de antelación a Chiriquí, una provincia que entonces muy pocos conocían. Aquel viaje fue toda una revelación. La feracidad de las tierras, el agua que rompientes baja por los ríos desde las montañas, la productividad de las tierras altas, la sencillez y la hospitalidad de sus gentes, produjeron en nosotros recuerdos hoy todavía imborrables. Recorrimos los cafetales, las bananeras, una especie de zona del canal en pequeño y a la finca donde la familia Tribaldos producía el Ron Carta Vieja. Nos brindaron suculentos almuerzos, dos ganaderos prósperos, don Félix Espinosa y don Nicolás Jované, el primero en La Concepción y el segundo en Remedios. Le recordamos a los jóvenes de hoy que en aquella época la carretera pavimentada llegaba hasta Río Hato. Desde allí, polvo y piedra. Aún así nos sentíamos modernos porque en la época de juventud de nuestros padres el viaje se hacía en balandros que tardaban, con suerte dos o tres días..

 

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