MENSAJE
Qué preguntarle e Dios
- Hermano Pablo,
- Costa Mesa, California
¿Por qué no
tuvieron Caín y Abel su propio cuarto cada uno? Así no se
hubieran peleado», escribió Larry. ¿No podrías
poner otro día feriado entre Navidad y Semana Santa? -preguntó
Ginny-. Así tendríamos otra fiesta.
¿Es cierto que mi papá no va a ir al cielo si dice en
casa las palabras que dice cuando juega mal al golf?», preguntó
Anita. ¿Por qué hacías tantos milagros en la Biblia
y ahora no haces ninguno?, inquirió Janet.
Estas, entre otras muchas, son preguntas que niños entre seis
y diez años de edad le hicieron ingenuamente a Dios, las cuales aparecen
en un libro titulado Cartas de niños a Dios. En esas cartas demuestran
todo el candor y la inocencia de la niñez.
El libro se hizo famoso, pues en relativamente poco tiempo se vendieron
más de un millón y medio de ejemplares. Las preguntas y los
comentarios provienen de miles de niños de diversas partes del mundo.
La idea de publicar un tema así fue ingeniosa.
Lo que muchos desconocen es que la Biblia también tiene preguntas
dirigidas a Dios, preguntas inquietantes de hombres serios.
Un día los judíos le preguntaron a Jesús, el Hijo
de Dios: &laqno;¿Hasta cuándo vas a tenernos en suspenso?
Si tú eres el Cristo, dínoslo con franqueza» (Juan 10:24).
Era una pregunta angustiosa, porque aunque los judíos esperaban un
Mesías, un libertador, Cristo no daba señas de ser un revolucionario
que podría libertarlos del césar.
En otra ocasión un joven rico le preguntó a Jesús:
&laqno;Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la
vida eterna?» (Lucas 18:18). Esa pregunta es universal, porque todo
ser humano, aun el más sórdido, se pregunta alguna vez cómo
se hace para llegar al cielo.
Poncio Pilato, el gobernador romano, le preguntó a Jesús:
&laqno;¿Qué es la verdad?» (Juan 18:38). Esa pregunta
era la obsesión de todo hombre pensante, y no ha dejado de ser una
inquietud hasta el día de hoy.
Sin embargo, fue el carcelero de Filipos el que dirigió la pregunta
más ardiente de la Biblia. Se la dirigió al apóstol
Pablo: &laqno;¿Qué tengo que hacer para ser salvo?»
(Hechos 16:30). La respuesta fue clara, sencilla y terminante, y se aplica
a todo el mundo: &laqno;Cree en el Señor Jesús; así
tú y tu familia serán salvos» (Hechos 16:31). Es en
esa fe y en esa entrega al Señor Jesucristo que encontramos la salvación.
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