Sábado 27 de febrero de 1999

 








 

 


MENSAJE
Qué preguntarle e Dios

Hermano Pablo,
Costa Mesa, California

¿Por qué no tuvieron Caín y Abel su propio cuarto cada uno? Así no se hubieran peleado», escribió Larry. ¿No podrías poner otro día feriado entre Navidad y Semana Santa? -preguntó Ginny-. Así tendríamos otra fiesta.

¿Es cierto que mi papá no va a ir al cielo si dice en casa las palabras que dice cuando juega mal al golf?», preguntó Anita. ¿Por qué hacías tantos milagros en la Biblia y ahora no haces ninguno?, inquirió Janet.

Estas, entre otras muchas, son preguntas que niños entre seis y diez años de edad le hicieron ingenuamente a Dios, las cuales aparecen en un libro titulado Cartas de niños a Dios. En esas cartas demuestran todo el candor y la inocencia de la niñez.

El libro se hizo famoso, pues en relativamente poco tiempo se vendieron más de un millón y medio de ejemplares. Las preguntas y los comentarios provienen de miles de niños de diversas partes del mundo. La idea de publicar un tema así fue ingeniosa.

Lo que muchos desconocen es que la Biblia también tiene preguntas dirigidas a Dios, preguntas inquietantes de hombres serios.

Un día los judíos le preguntaron a Jesús, el Hijo de Dios: &laqno;¿Hasta cuándo vas a tenernos en suspenso? Si tú eres el Cristo, dínoslo con franqueza» (Juan 10:24). Era una pregunta angustiosa, porque aunque los judíos esperaban un Mesías, un libertador, Cristo no daba señas de ser un revolucionario que podría libertarlos del césar.

En otra ocasión un joven rico le preguntó a Jesús: &laqno;Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» (Lucas 18:18). Esa pregunta es universal, porque todo ser humano, aun el más sórdido, se pregunta alguna vez cómo se hace para llegar al cielo.

Poncio Pilato, el gobernador romano, le preguntó a Jesús: &laqno;¿Qué es la verdad?» (Juan 18:38). Esa pregunta era la obsesión de todo hombre pensante, y no ha dejado de ser una inquietud hasta el día de hoy.

Sin embargo, fue el carcelero de Filipos el que dirigió la pregunta más ardiente de la Biblia. Se la dirigió al apóstol Pablo: &laqno;¿Qué tengo que hacer para ser salvo?» (Hechos 16:30). La respuesta fue clara, sencilla y terminante, y se aplica a todo el mundo: &laqno;Cree en el Señor Jesús; así tú y tu familia serán salvos» (Hechos 16:31). Es en esa fe y en esa entrega al Señor Jesucristo que encontramos la salvación.

 

 

 

 

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