MENSAJE
Toda infración indigesta
- Hermano Pablo,
- Costa Mesa, California
Era un pequeño restaurante,
uno de esos que llaman &laqno;de comida rápida». El hombre,
de treinta y ocho años de edad, entró a comer un sandwich
de pavo. Comió bien, pero luego, además de no pagar, asaltó
al cajero y le sacó ocho dólares.
El plan le salió tan bien que Guillermo Molina siguió
haciendo lo mismo por tres meses. Comía comidas suaves y lo hacía
rápidamente. Luego asaltaba al cajero, extrayendo el dinero que hubiera
en caja, y se iba lo más campante.
Cuando lo arrestaron, el juez lo condenó a veinticinco años
de prisión: un año por cada comida rápida que consumió
y no pagó. Ahora durante veinticinco años tendría comida,
si no buena y abundante, por lo menos gratis: comida de cárcel.
¡Cuántas personas hay que están comiendo cosas
que parecen ser agradables, sin saber que se están indigestando!
El hombre y la mujer que hacen el mal tienen la tendencia a encubrir sus
faltas, y buscan justificar todo lo que hacen. Se juzgan a sí mismos
y se declaran inocentes. Y siguen haciendo el mal hasta que la conciencia,
cansada de acusar, deja de hablar.
Hay personas que viven en adulterio por años. Piensan que es
una comida agradable. Hasta se sienten satisfechos de hacerlo, pensando
que son triunfadores. No obstante, es comida que indigesta matrimonio, relaciones,
vida y alma.
Como siempre ocurre, el día viene en que la consecuencia de esa
comida producirá una indigestión simbólica tal que
desearán morir. Cuando familiares, especialmente hijos, les dan la
espalda, querrán borrar para siempre esa mancha. Pero una vez hecha,
queda para siempre. Toda infracción indigesta. Todo pecado hace mal.
Toda maldad, en una forma u otra, mata.
¿Qué hacer, una vez que hemos caído? ¿Qué
esperanza hay, una vez que nuestro pasado ha quedado manchado? ¿Cómo
limpiamos esa mancha?
El primer paso es reconocer nuestra caída. Cuando el caído
reconoce su error y desea levantarse, ese deseo es el comienzo de su restauración.
Incluso, el simple afán de restauración toca el corazón
de quienes han quedado heridos, y eso causa en ellos el deseo de demostrar
amor y aceptación.
Además de eso, el arrepentimiento sincero toca también
el corazón de Dios. Cuando Él ve sincera humildad, entra a
nuestra vida con su gracia salvadora y todo cambia para nosotros. Cristo
sana, limpia, justifica y regenera. Confiemos nuestro error a las manos
misericordiosas de Cristo. Él nos dará una nueva vida.
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REFLECTOR |
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