Jueves 11 de marzo de 1999

 








 

 


MENSAJE
Toda infración indigesta

Hermano Pablo,
Costa Mesa, California

Era un pequeño restaurante, uno de esos que llaman &laqno;de comida rápida». El hombre, de treinta y ocho años de edad, entró a comer un sandwich de pavo. Comió bien, pero luego, además de no pagar, asaltó al cajero y le sacó ocho dólares.

El plan le salió tan bien que Guillermo Molina siguió haciendo lo mismo por tres meses. Comía comidas suaves y lo hacía rápidamente. Luego asaltaba al cajero, extrayendo el dinero que hubiera en caja, y se iba lo más campante.

Cuando lo arrestaron, el juez lo condenó a veinticinco años de prisión: un año por cada comida rápida que consumió y no pagó. Ahora durante veinticinco años tendría comida, si no buena y abundante, por lo menos gratis: comida de cárcel.

¡Cuántas personas hay que están comiendo cosas que parecen ser agradables, sin saber que se están indigestando! El hombre y la mujer que hacen el mal tienen la tendencia a encubrir sus faltas, y buscan justificar todo lo que hacen. Se juzgan a sí mismos y se declaran inocentes. Y siguen haciendo el mal hasta que la conciencia, cansada de acusar, deja de hablar.

Hay personas que viven en adulterio por años. Piensan que es una comida agradable. Hasta se sienten satisfechos de hacerlo, pensando que son triunfadores. No obstante, es comida que indigesta matrimonio, relaciones, vida y alma.

Como siempre ocurre, el día viene en que la consecuencia de esa comida producirá una indigestión simbólica tal que desearán morir. Cuando familiares, especialmente hijos, les dan la espalda, querrán borrar para siempre esa mancha. Pero una vez hecha, queda para siempre. Toda infracción indigesta. Todo pecado hace mal. Toda maldad, en una forma u otra, mata.

¿Qué hacer, una vez que hemos caído? ¿Qué esperanza hay, una vez que nuestro pasado ha quedado manchado? ¿Cómo limpiamos esa mancha?

El primer paso es reconocer nuestra caída. Cuando el caído reconoce su error y desea levantarse, ese deseo es el comienzo de su restauración. Incluso, el simple afán de restauración toca el corazón de quienes han quedado heridos, y eso causa en ellos el deseo de demostrar amor y aceptación.

Además de eso, el arrepentimiento sincero toca también el corazón de Dios. Cuando Él ve sincera humildad, entra a nuestra vida con su gracia salvadora y todo cambia para nosotros. Cristo sana, limpia, justifica y regenera. Confiemos nuestro error a las manos misericordiosas de Cristo. Él nos dará una nueva vida.

 

 

 

 

REFLECTOR
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