La tierra lo es todo. Dentro de ella encontramos el potencial general de todos los recursos concentrados, donde se desvanecen los ingredientes primarios correspondientes de fuerza y lozanía.
En ella están presentes los aromas y sabores que tornan la mesa rica en alimentos opíparos de complacientes regocijos recompensables. Pero la canasta básica está prohibitiva y lejana y, a mi juicio, ni siquiera una legión de jinetes apocalípticos la podrían bajar.
En la actualidad tiene un costo de 271 balboas, experimenta una alza de 4.76 en el último mes, lo que representa el 72% del salario mínimo, esto nos manifiesta a lengua suelta que trabajamos sólo para comer y las otras necesidades dónde las enganchamos. Nos recomiendan estar en estado de alerta, pero me pregunto �para qué son las leyes? Tal vez estemos en estado íngrimo hundidos en la desconfianza, en la que nos minan las expectativas frustradas. En un país dominado por la especulación cantando el himno del tropel y las dudas, jugando con nuestras penurias, no hay píldoras ni inyecciones que nos puedan salvar, pues de una esquina a otra los precios cambian donde quieren y como quieren.
El arroz, porotos y carne tienen precios a menudo cambiantes. Visto en su justa dimensión, el pueblo depende en cierta forma de la especulación, en la que los controles están muy lejos de poder cumplirse. Mesa esplendente y perlada de atavíos colocados en posiciones caprichosas, de brillantes adoquines sepultados por las alfombras pérsicas mullidas, aquí comen los querubines en sus suntuosas estancias perdurables.