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Un legislador amigo admitió hace algunos días que prefiere pasar agachado cuando sale a la calle. "Con el desprestigio de la Asamblea", indicó, "hay gran antipatía hacia los legisladores".
Como lo recalca Santander Tristán Medina en El Panamá América (5 de abril), en los últimos tiempos han contribuido a menoscabar la reputación de la Asamblea el escándalo de sobornos del CEMIS, que quince meses después de estallar aún no ha sido esclarecido por el Ministerio Público; la conducta desidiosa e indigna de muchos legisladores, que ni siquiera se presentan a las sesiones; y el espectáculo del más crudo clientelismo en que varios de ellos incurren, al pretender comprar votos, ya no a cambio de obras y "donaciones", como en épocas de partidas circuitales, sino de bolsas y platos de comida.
Sin Asamblea no hay democracia. En una democracia, le toca a toda la ciudadanía participar en la toma de decisiones fundamentales que conciernen a la Nación.
Como la participación directa de cada ciudadano no es factible, hay que elegir representantes idóneos de la Nación, para que reunidos en una Asamblea, tomen razonadamente y a conciencia las medidas que urge aplicar para encaminar al país por senderos adecuados.
Por ello el desprestigio de la Asamblea es lamentable y perjudicial. En tiempos de campaña, como lo señala Carlos Iván Zúñiga (La Prensa, 5 de abril), el pueblo quiere que los candidatos presidenciales le digan cómo promoverán la indispensable regeneración ese órgano del Estado. |
