Después de conocerse el escalofriante caso de incesto y encierro durante 24 años en la ciudad austríaca de Amstetten, las autoridades locales dieron el caso por esclarecido, con la confesión del acusado, Josef Fritzl, un ingeniero jubilado de 73 años.
Las autoridades informaron que el ingeniero confesó haber encerrado en un calabozo subterráneo a su hija Elisabeth, que hoy tiene 42 años, de haberla golpeado y violado sistemáticamente y de ser el padre de siete hijos nacidos de esa relación.
El responsable de la seguridad pública de Baja Austria, Franz Prucher, aseguró que con la confesión "este caso está resuelto" y agregó que se trata de uno de los más graves en la historia criminal de la república alpina, "que supera todo lo conocido hasta ahora".
El acusado será puesto a disposición de un juez de lo Penal.
Según la confesión del acusado, uno de los bebés, que murió en 1996 poco después de nacer, fue quemado por Fritzl en la caldera de calefacción de la casa, dijo Franz Polzer, jefe de la policía del estado federado de Baja Austria.
Tres de los hijos nacidos del incesto (de entre 10 y 15 años) fueron traslados por Fritzl a la casa familiar e integrados como si fueran nietos y luego hijos adoptivos, mientras que los otros tres (de 5, 18 y 19 años) permanecieron toda su vida bajo tierra, hasta ser liberados hace pocos días.
La versión que Fritzl sostuvo ante su esposa y el resto de la familia fue que Elisabeth desapareció para adherirse a una secta en un lugar desconocido, donde habría tenido varios hijos, algunos de los cuales los dejó delante de la puerta de la casa de sus padres.
Josef Fritzl y su esposa Rosemarie, de 69 años, también tuvieron siete hijos en su matrimonio, incluyendo Elisabeth, quien fue objeto de los abusos sexuales de su padre desde que tenía 11 años.
Los detalles dados a conocer hoy dibujan un escenario dantesco de la vida subterránea de la joven mujer, que dio a luz seis veces en condiciones infrahumanas y sin atención médica alguna.
El calabozo tenía apenas unos 60 metros cuadrados, con cuatro habitaciones de techos de apenas 1,7 metros de altura, en donde Fritzl instaló un baño, una ducha y también un televisor, lo que permitió a sus moradores cierto contacto con el mundo exterior.