Truenos, rayos, lluvia y nada de luz hicieron de mi existencia una verdadera tormenta el otro día.
La catástrofe, haber pasado sin televisión. Peor aún, no poder disfrutar de mi serie favorita.
Mientras rogaba que apareciera la luz, me consolé volviendo al pasado. Exactamente cuando teníamos que sobrevivir sin televisión. Recordé que uno de los mayores entretenimientos era asustar a los hermanos más pequeños en medio de la oscuridad.
Otro pasatiempo fue crear o inventar figuras reflejadas en la pared a la luz de las velas o lámparas de kerosén. Mejor todavía era sentarnos alrededor de nuestra madre o abuela a conversar sobre los viejos tiempos de ellas y escuchar una que otra historia de miedo.
Pegar de gritos, muy asustados viendo fantasmas por doquier para luego soltar las carcajadas, también formaba parte de olvidar que la luz no estaba.
Los más aburridos se conformaban con irse a dormir más temprano de lo acostumbrado. Algunos glotones asaltaban el refrigerador a hurtadillas. Tenían como cómplices las sombras del momento sin luz.
Estos simpáticos y alegres recuerdos hicieron más llevaderas las horas de fuerte aguacero y ausencia de electricidad.
Pero hay cosas más difíciles de aceptar que no se tengan, ejemplo vivo es que no haya un buen sistema de alcantarillas en las ciudades. Unido a la cantidad de basura que no permiten la fluidez de las aguas. Pasa igual con las quebradas y ríos que se desbordan a causa de esta mala práctica ciudadana.
Calamidad es no contar con buenos caminos por donde transitar o que ni existan siquiera en el mapa. Que en estos tiempos tengan que ir al río a buscar agua porque no hay un buen sistema de acueductos. Menos buenas medicinas que nos curen y sean baratas. Con este panorama creo que bien puedo sobrevivir sin televisión cualquier día de estos en que se vaya la luz.