El estadounidense Floyd Landis se convirtió en el sucesor de su compatriota Lance Armstrong en el trono del Tour de Francia, poniendo broche de oro a una trayectoria muy particular no exenta de barreras, tanto en su entorno familiar como en el ciclismo, que estuvo a punto de abandonar en 1999, hasta que llegó a ser líder de un equipo al que llevó a lo más alto con una hazaña que nació de "una humillación".
La paradoja llevará al nuevo rey del Tour del podio al quirófano, ya que -en los próximos meses- deberá operarse de una cadera, en la que se le colocará una prótesis. Será otra barrera en la vida de Landis, otro obstáculo que tratará de superar para volver a saborear el dulce sabor de la mejor carrera del mundo.
Landis vivió hasta los 20 años en una granja familiar. Su padre, sus cuatro hermanas y él fueron educados en la religión menonita. Contaban con una granja de animales y una huerta para sobrevivir, y su padre era conductor del camión que transportaba materiales para la comunidad.
La madre se ocupaba de los hijos; se levantaba muy temprano y hacía las cosas de la casa. Los menonitas rechazan la influencia del mundo moderno. "No teníamos televisión, ni radio, ni ordenador, todas esas cosas que hoy tienen todos los niños. Es una vida simple y sana. La idea es la de ser feliz ocupándose los unos de los otros", explica el corredor de Lancaster.
A los 20 años, Landis tuvo que tomar la primera gran decisión de su vida: romper con el vínculo familiar "para vivir una vida diferente", algo que no recuerda como algo fácil ni agradable.
"Decidí vivir una vida diferente. Mi familia siempre fue muy buena conmigo, por eso no digo nada malo de ella. Mi salida no fue fácil, porque se rompía un lazo de dependencia muy fuerte", recuerda.
AMERICANO
Landis se convirtió en el tercer americano que inscribe su nombre en el palmarés de la "grande boucle", tras Greg Lemond y Armstrong.