En una sociedad sin referentes (es decir, sin personas que sirvan de modelo a otras) con mucha frecuencia surgen pequeños ídolos, quienes por esa inercia natural que motiva a los hombres a seguir las ideas de un líder, se convierten en centro magnético para las muchedumbres.
También hay que tomar en cuenta que el hombre, por antonomasia, tiende al mal. Las buenas acciones son producto de la educación y la coerción que uno mismo se impone para corregirse. Lo normal es el camino torcido; por eso la ley se aplica a la fuerza, sin que media el beneplácito de los hombres, y mediante la acción de una entidad superior llamada Estado.
Si mezclamos estas dos premisas, que en medio del caos siempre surgen figuras mediocres que por inercia se convierten en modelos para otras, y que los hombres y mujeres por naturaleza tendemos al mal, el resultado puede ser nefasto.
Eso explica que nuestros jóvenes sigan con tanta facilidad a cantantes ruidosos y alocados, quienes interpretan canciones con letras destructivas y hasta vulgares. Siguen a los modelos más inesperados, los que hablan de droga y violencia, de sexo e irresponsabilidad.
Igualmente, se visten con la ropa más estrambótica que les venden, y se pintan el cuerpo, y usan argollas como la gente primitiva. Los adultos debemos preocuparnos por eso, y los medios de comunicación, principalmente la radio y la televisión, vigilar que ese tipo de mensaje destructivo no sea el que más vendamos a nuestros muchachos.