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Peregrinos somos

Hermano Pablo | Reverendo

La batalla rugía con todo su furor. Los soldados avanzaban contra el enemigo. Al ponerse el sol, la oscuridad los obligó a descansar hasta el día siguiente. El comandante de la tropa ordenó que todos cavaran una trinchera. Cuando ya los demás habían terminado, quedó un solo soldado que seguía cavando cada vez más hondo.

El comandante pensó que el soldado tal vez hubiera dado contra una piedra o que le hubiera tocado un terreno más duro que el de sus compañeros. Pero cuando vio que sacaba tierra suave y fresca, le preguntó:

-�Acaso no ha llegado a la profundidad necesaria?

-Sí -le contestó -, pero prefiero que la trinchera quede bien honda y segura.

A lo que el comandante replicó:

-Recuerde, soldado, que no vamos a estar aquí más que una sola noche.

Esta anécdota nos hace reflexionar sobre la tendencia que muchos tienen a profundizarse en las cosas de esta vida. Tanto es así que pareciera que fueran a pasar toda una eternidad en esta tierra. No les cruza por la mente el que seamos peregrinos. Se aferran a las cosas materiales con ligaduras tan fuertes que algunos, al tener que soltarlas por alguna tragedia o adversidad, no soportan el cambio y deciden ponerle fin a su vida.

A los que tienen este sentir, y aun a los que no hemos llegado hasta ese extremo de desesperación, nos conviene atender a estas sabias palabras de Jesucristo: �No acumulen para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar. Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.... busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas.�

Lo cierto es que sólo estamos de paso en esta tierra. Si durante esta vida hemos pensado únicamente en lo terrenal y no nos hemos reconciliado con Dios entonces, cuando pasemos a la otra vida, Cristo tendrá que decirnos: �Yo di mi vida por ti en la lucha que libré por tu alma, pero tú no me reconociste. Por eso ahora no puedo reconocerte a ti ante mi Padre aquí en el cielo.�

En cambio, si hemos reconocido a Cristo como nuestro único Salvador y hemos vivido como peregrinos, entonces Cristo nos reconocerá ante su Padre y nos dará la bienvenida a la patria celestial.



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