MENSAJE
De nuestro puño y letra
- Carlos Rey
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- CUANDO FALLECE UN NIÑO
Entre los indios chocoes, cuando
fallece un niño los padres creen que su espíritu regresará.
En vez de serles motivo de aliento o de consuelo, les infunde temor el
regreso de esa indefensa criatura porque suponen que viene a llevarse a
uno de sus hermanos. Y como si eso fuera poco, la presencia del espirítu
de ese inocente ser querido implica que morirán, uno tras otro,
los próximos hijos que nazcan. A estos se debe que le lleven a la
tumba todos los objetos que han formado parte de su vida, tales como sus
juguetes, utensilios y asientos. Además de pintarse todo el cuerpo,
los trastornados padres cambian los vestidos que llevan puestos: la madre
los cambia con una amiga y el padre con un pariente. Piensan que así
el espíritu del pequeño no podrá reconocerlos, y por
lo tanto no les hará daño. No pueden cambiar vestidos con
cualquiera, porque las personas con las que cambian podrían sufrir
personalmente o en su familia las consecuencias que los padres procuran
evitar.
Según los antropólogos Roberto Pineda Giraldo y Virginia
Gutiérrez de Pineda, es por esa razón que la madre cambia
su faldellín con el de una mujer que ya no concibe o es estéril,
y el padre su taparrabo con el de un anciano.
¡Qué triste es sumarle a la desgracia de la pérdida
de un hijo el espanto de su reaparición con malas intenciones! ¡La
vida es cruel, pero eso es colmo! Es particularmente infeliz cuando se reconoce
que Dios nuestro Creador nos desea todo lo contrario en semejantes circunstancias.
El envió al mundo a una indefensa criatura a que naciera en un pesebre,
para que posteriormente muriera como nuestro inocente ser querido, clavado
en una cruenta cruz. Ese que se hizo pequeño y murió por nosotros
es su Unico Hijo, Jesucristo. Y los únicos hermanos que tiene somos
los que por la fe aceptamos ser adoptados como hijos de su Padre, que sólo
así llegará a ser "el Padre nuestro que está en
los cielos". Mediante su muerte ese Hijo de Dios nos salva de la muerte
eterna. Viene otra vez a llevarse a sus hermanos, pero lo hace con el fin
de darnos vida eterna a nosotros y a futuros hermanos que nazcan de nuevo
al aceptarlo como su Salvador personal. Así queda enterrada la vieja
naturaleza de nuestra vida pasada.
A Dios no lo engañamos con cualquier cambio de indumentaria: Más
vale que sigamos el consejo de San Pablo: que nos quitemos el ropaje de
la vieja naturaleza y nos pongamos el de la nueva. Así cuando Cristo
regrese, nos reconocerá y nos llevará a estar con El y con
nuestros seres queridos que ya estén con El en gloria.
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