Esta nota lleva dos mensajes: uno de luto y otro de regocijo...
En primer lugar, me es 'obligante' ponerme al lado de los padres y demás familiares de la preciosa niña, Hanna Yinneth -"Yin"- quien fue al encuentro con Dios Todopoderoso, al no poder resistir los rigores de la vida mortal; y aun cuando hubo quienes fastidiaron con sus inoportunas preguntas del porqué no se vio llorar a la madre de esa angelita, y por qué no asistió al sepelio de su pequeña... Me aventuro a la siguiente respuesta: se cansó, se hastió de tantas entrevistas sin poder tener para sí un momento de soledad para llorar, a solas y fuera de la compasión de sus juzgadores, apoyada solamente, después de Dios, en quien hoy es su consuelo, o sea, su otra hija , "Yan". Como dice la Biblia (Ec. 3:4), "...Hay un momento para llorar y un momento para reír...". Hoy este columnista también llora en silencio tan irreparable pérdida.
En otro estado de ánimo, y para balancear el conflicto que me embarga entre tantas emociones, el momento es propicio para, primero, felicitar a todos esos hombres y mujeres, sin excepción, quienes hicieron posible el rescate de los mineros chilenos quienes estuvieron en el vientre de la tierra por esos largos y angustiosos 69 días.
Pero paralelo a esto, si con el segundo párrafo transmitimos a Sarita nuestra condolencia por el triste caso de su hija "Yin", en esta oportunidad queremos regocijarnos con los familiares de los 33 mineros que fueron exitosamente rescatados, ya no a la acostumbrada profundidad de 3 metros, sino a �700 impresionantes metros!, donde aguardaban impacientes, pero confiados y esperanzados, de poder "volver a la vida", lo que, en efecto, fue su rescate... Un volver a nacer. Dios los bendiga a todos, a usted, Sarita, aquí en Panamá; y a los rescatados allá en Chile. �Au Revoir!
