"El calor es sofocante", expresé angustiada. Un experto en climas, me señaló que la calentura terrestre se debía a la falta de ozono. En pocas palabras, el paraguas natural que evita que los rayos solares nos calcinen, está deteriorado.
En Panamá, el efecto de este daño es cada vez más latente.
Las frecuentes lluvias de antaño ahora son menos en época lluviosa. El aire se vuelve irrespirable ante el exceso de sol.
Esta abrumadora temperatura tropical no es rechazable, si puede aprovecharse la extrema energía solar. Lo molesto es el sofoco que padecemos.
Verdad es que, entre más torres de cemento, más fuerte el calor, menos agua y menos vegetación producen ausencia de lluvias y buena oxigenación ambiental.
A lo mejor, esta es la causa que lleva a los políticos a cometer desaciertos públicos. La delgada capa de ozono ya no los protege del fuego. El aire pesado que circula en ese ámbito, hace que atenten contra la tranquilidad ciudadana. Tal hecho lo vemos, en los "embarres" que protagonizan algunos funcionarios gubernamentales...
La expulsión de gases tóxicos de fábricas, autos u otras fuentes en el mundo, no han disminuido; por lo que, los rayos ultravioletas agreden nuestro hábitat peligrosamente.
Este agujero que filtra dañinos rayos solares, ha crecido dos veces más desde el 2007. El cáncer de piel, cataratas, infecciones, cambios climáticos, descongelamiento de zonas polares y muerte de la naturaleza, son producto de la débil manta.
Ya no sólo, osos, focas, ballenas y otros seres vivos de este reino animal protestan por las altas temperaturas terrícolas. Ahora el "rey de la jungla" también grita por la incomodidad. De nada valen los costosos aires acondicionados o sencillos abanicos, si nos estamos derritiendo.
�Cuánto añoramos los frondosos árboles del lejano patio! Y para qué hablar de los refrescantes ríos de la infancia.