Cubierto de jiras,
al ábrego hirsutas
al par que las mechas
crecidas y rubias,
el pobre chiquillo
se postra en la tumba;
y en voz de sollozos
revienta y murmura:
�Mamá, soy Paquito;
no haré travesuras.�
Y un cielo impasible
despliega su curva.
�Buscando comida,
revuelvo basura.
Si pido limosna,
la gente me insulta,
me agarra la oreja,
me dice granuja,
y escapo con miedo
de que haya denuncia.
Mamá, soy Paquito;
no haré travesuras.�
A este conmovedor poema, parte del repertorio de declamadores y festejos de las escuelas primarias desde que se publicó a comienzos del siglo veinte, el excelso poeta veracruzano Salvador Díaz Mirón simplemente le puso por título �Paquito�.
El Premio Nobel mexicano Octavio Paz dijo de su paisano: �La poesía de Díaz Mirón posee la dulzura y el esplendor del diamante, un diamante al que no faltan, sino le sobran, luces.� Si extendemos la metáfora de Octavio Paz, vemos que el poema �Paquito� en particular es además un diamante al que le sobra agudeza, pues es cortante de un modo parecido a la palabra de Dios, que �penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos�.
�Cómo nos parte el alma la trágica figura de Paquito! Su desgraciado padre, tan indiferente e imperturbable como el cielo impasible, es incapaz de sentir el dolor del hijo al que ha abandonado a un destino de miseria no sólo física, sino también emocional, ya que ese hijo hasta se siente culpable de la muerte prematura de su querida madre. Pero gracias a Dios, su Hijo Jesucristo comprende a todos los Paquitos del mundo. Habiendo sufrido, como ellos, el abandono de parte de los suyos, Cristo les muestra compasión ofreciéndoles ayuda en el momento que más la necesitan. Basta con que se la pidan para que la reciban.