La Iglesia Virgen de Guadalupe, en estos meses de caluroso verano de enero, febrero, contempla exacta de manera particular los corazones de Jesús y su piadosísima Madre María. Los necios comentarios siguen hipócritamente la labor de la eucarística de la misma. La razón positiva es el influjo de la Palabra de Dios, usada por los sacerdotes que humanamente la defienden o protegen de factores no gratos a la muchedumbre que acude a ella para nutrir su espíritu lleno de fe acorde con el principio básico de la enseñanza cristiana:
El amor sincero, firme, digno y fiel a Dios y de su hijo Jesucristo. Creo que los laicos tenemos la adecuada preparación para hacerlo; pero me preocupa que el enojo provocador por casos aislados sea enfocado a provocar ataques contra clérigos liderados para defensa de la Iglesia.
Es injustificable una confusa crítica contra inocentes criaturas que dan su cariño, amor, energía y prudencia para entregarse a los corazones de Jesús y María, con valentía, demostrando con sólida pedagogía y dominio de las enseñanzas cristianas, que Jesucristo es la única respuesta para el hombre.
He leído con profunda sinceridad la Sagrada Escritura; saboreé el Documento Divino inspirado por Dios y útil para corregir y educar la verdad, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena.
En la Biblia, Dios se nos muestra como auténtico autor de sabias frases que orientan, corrigen, educan y moldean la personalidad humana cristiana. Por ello, por su extrema personalidad, por dominio del discurso homilístico y teológico los sacerdotes son llamados universalmente los hijos predilectos de Dios Padre, Hijo y maestros positivos de los creyentes.
